Cuando una ha crecido adosada a un diccionario,
convertido casi en prolongación de su brazo, cuando ha hecho entre sus páginas
sorprendentes descubrimientos, cuando los sigue considerando como tabla de
salvación para entender lo ininteligible, poséis suponer que se queda en blanco
al leer la noticia: “La RAE regala ejemplares del diccionario en papel porque
nadie los compra”. Así, sin anestesia.
Bien cierto es que posteriormente, y ante la crudeza
del enunciado, las autoridades de la Institución han matizado que no se trata
de regalos, sino de donaciones. Pero no es menos cierto que el académico Pedro Álvarez de Miranda ha
reconocido que la Real Academia Española (RAE) 'está regalando' los numerosos
ejemplares sobrantes de la edición del diccionario en papel y ha puesto en duda
la continuidad de publicación de diccionarios en este formato.
Se me han puesto los dientes largos de pensar en almacenes
llenos a rebosar de cajas con el preciado tesoro dentro, y los pelos de punta
al seguir leyendo que hasta habían pensado en destruirlos para liberar
espacio. Aunque evidentemente, se ha impuesto
la cordura y se están enviando a colegios, centros públicos etc.
Vale que estamos en la era
digital, que ya nadie se sienta, como comisario Jaritos de Petros Markaris, con
el Dimitrakos en el regazo, para
relajarse tras un duro día de trabajo. Y que en las escuelas ya no se señalan
en rojo las palabras que hay que buscar, como tarea para hacer en casa, una de
las tareas más gratificantes de mi infancia, que me enganchaba y me dejaba con
ganas de más.
Sigo teniendo el
diccionario al alcance de la mano, aunque confieso que también acudo al
digital. Y me niego a compartir las disquisiciones del académico citado más
arriba, que habla de hacer en adelante tiradas muy cortas, sólo para
coleccionistas o para nostálgicos.
Pero claro, los números
cantan, y la realidad es que se han quedado en los almacenes la mayor parte de
los 50.000 ejemplares de la última edición, mientras que las consultas en línea
a la última edición del Diccionario de la lengua española alcanzaron, a finales
del año 2017, cerca de 750 millones, con una media de consultas mensuales de 65
millones.
Demoledoras sin duda
alguna, aunque la frialdad de las cifras nunca puede compararse a la cálida
sensación de abrir las páginas para buscar una palabra y, en el camino,
encontrarte muchas que desconocías o que tenías olvidadas, y se te ofrecen como
un regalo.
Eso no tiene precio. Ni
los 99 euros que cuesta el Diccionario de la Real Academia Española.
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