Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 12 de julio de 2018

Desde Macondo. LOS NIÑOS

Sabemos que su equipo lleva por nombre “Los jabalíes salvajes”. Y que el más pequeño tiene 11 años. Poco más. No tenemos ni idea de su procedencia, de cómo son sus padres, del entorno social en que se mueven, de qué quieren ser de mayores, si son hijos únicos o tienen muchos hermanos. No sabemos casi nada, pero hemos pasado dos semanas pendientes de ellos.  Y los consideramos como de la familia.
          Los niños tailandeses han formado parte de nuestras vidas, y lo seguirán haciendo un tiempo, que ahora vendrán los reportajes sobre la recuperación, los homenajes, la vuelta al cole y a las actividades deportivas, y todo lo que conlleva haber pasado, y haber salido, de una experiencia tan traumática como la que han vivido.
          Conoceremos sus nombres, a buen seguro. Y su versión de las dramáticas jornadas, y más cosas. Y las seguiremos encantados, como si todos hubiéramos sido parte de su salvación. Es lo que tienen los niños, que nos tocan la fibra, nos reblandecen el corazón, demasiado endurecido tan a menudo y, aunque sea momentáneamente, nos hacen ver la vida de otra forma.
          Los niños sin nombre de Tailandia me han traído a la memoria a otros pequeños que, en algún momento, también han sacudido las conciencias dormidas, y han caído rápidamente en el olvido. ¿Quién se acuerda ya de Aylan? ¿O de Mohamed? Uno era un niño  ahogado en la playa y el otro, un  pequeño sirio al que se esforzaban inútilmente  en reanimar dos pescadores turcos.
           Las imágenes dieron la vuelta al mundo y arrancaron más de una lágrima.  A mí también.  Y desde entonces, he escrito docenas de veces noticias que hablan de pateras hundidas con no sé cuántos muertos, entre ellos, 7 niños, 5 niños, 3 bebés…Sin edad y sin sexo.
          Todos sin nombre y sin foto, y por eso no lloramos, No son de nuestra familia. No son nuestros muertos. Poner nombre, cara y circunstancias a cualquier historia es una máxima del Periodismo. Siempre me lo han contado así. Lo próximo, lo cercano, lo que conocemos, es lo más importante. Y a lo que queda lejos, hay que acercarlo dotándolo de rasgos humanos, de cualquier detalle que nos sacuda la conciencia y nos haga leer el artículo hasta el final.
          Se nos ha encogido el corazón al pensar en el sufrimiento de los niños tailandeses en sus días y sus noches empapados, asustados, a oscuras… Igual que nos debiera angustiar pensar en el terror de quienes, con muy pocos años, ya han vivido el horror de la guerra, las dificultades de la huida entre bombas y disparos, el hambre, el frío, la pérdida de sus padres y hermanos, y caen en otro infierno, el del mercadeo, el desprecio,  la indiferencia … Quizás haya que borrar del mapa esta Humanidad empezar de nuevo, como en Macondo, cuando el mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre, y había que señalarlas con el dedo para nombrarlas.
          No tienen nombre, pero lo que nosotros hacemos con ellos, tampoco lo tiene.

No hay comentarios:

Publicar un comentario