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viernes, 31 de mayo de 2013

LA DAMA BOBA

Desde la primera vez que tuve en mis manos Cien Años de Soledad me atraparon sus mujeres. Úrsula, que  dirige con mano de hierro  a siete generaciones de Buendías;  la exuberante Petra , a cuyo paso los animales se reproducían por millares, Fernanda del Carpio ocupada siempre en  tareas religiosas; Santa Sofía de la Piedad, con el don  de no existir salvo  en el momento preciso; la lánguida jovencita prostituta, y su abuela desalmada amasando una fortuna con su  nieta. Hastiadas de sexo o inmaculadas; trabajadoras incansables o criadas entre algodones; autoritarias o sumisas. Felices o desgraciadas.  Acompañadas a todas horas o eternamente solas.
           Pero en estos días me ronda la memoria La Dama Boba de Lope de Vega, la Finea que era simple cuando quería y que llega a la inteligencia a través del amor.
          Escucho esta misma mañana la defensa que un compañero de partido hace de la ministra Ana Mato (en adelante la dama boba), diciendo, tal y como lo leen, que "las mujeres engañadas por sus maridos no son tontas". Sic. Lo he escuchado tres veces, y aún ahora pienso si lo he oído con la oreja izquierda, afectada por una antigua rotura de tímpano y con la capacidad auditiva un tanto menguada.
          Resulta que la dama a la que le crecían Jaguar y todoterrenos de lujo  en el garaje y le llovían confetis en el jardín, la misma que dormía en Disneyland o en cualquier destino paradisiaco de vacaciones sin saber quien había reservado los billetes; la que celebraba como regalos divinos fastuosas comuniones de sus hijos; la que asistía impasible a celebraciones de cumpleaños equiparables a bodas de postín, no sabía nada. Su marido la engañaba, pero puede ser ministra. No es tonta.
          Qué va. Como la Finea de Lope, como la Santa Sofía de la Piedad de García Márquez, guarda su inteligencia para el momento preciso.
           La dama boba ha sido simple cuando convenía, y ahora es lista, tan lista como para reírse de todo un país, como para insultar la inteligencia de todos los ciudadanos con eso de pío pío, que yo no he sío.
           Y a una se le queda cara de tonta cuando ve que la dama que nos ocupa no está sola. Que comparte Corte con otras damas de sueldos imposibles, con las que, lejos de solucionar nada, se dedican a encomendar nuestros males a la Virgen del Rocío o a cualquier otra advocación; con las que "olvidan" declarar alguno de sus cuatro o cinco sueldos o con las "señoras de" que se han limitado a disfrutar de una vida de alto standing sin saber de dónde caía el maná. Y sin responsabilidades, por supuesto.
          El dinero, que no el amor, las lleva a la inteligencia para seguir ahí, disfrutando de la vida y riéndose del mundo y de nosotros, que es peor. Cuatrocientos años después, el Fénix de los Ingenios tendría un excelente material para otra obra. Sus damas tendrían otros móviles y otros caminos hacia el conocimiento, sin duda.
          Por mi parte, prefiero a las irreales mujeres de Macondo. Son como son, y no se hacen las bobas.
 
 

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