Sin haberme
repuesto todavía de la crueldad, la ignominia y la vileza que supone dar orden
a las oficinas de empleo de ofrecer trabajo sólo a menores de 45, con estudios
y que estén cobrando la prestación, me viene a la memoria la historia de
Esparta, cultura que dio nombre a una educación y a un tipo de selección
natural.
Según nos cuentan los libros, los espartanos, con la idea de
buscar la excelencia y de no verse obligados a alimentar bocas improductivas,
arrojaban desde el monte Taigeto a los niños que nacían débiles y deformes. Y
lo curioso es que era la Gerosia, el consejo de ancianos,
todos mayores de 60 años, quien tomaba cualquier decisión que afectara a la
comunidad.
Podría citar docenas de culturas, prácticamente todas las que
han existido desde la Prehistoria, en las que las personas mayores son las más
protegidas, respetadas y consultadas. La voz de la experiencia siempre ha sido
un grado en cualquier gobierno…salvo en el del dinero, en el que todo se hace
con criterios economicistas, de austeridad los llaman, aunque esto no sea
cierto.
¿A quién, salvo a mentes enfermas y crueles se les puede ocurrir
la “experiencia piloto de la Comunidad de Madrid? Si hay un puesto de trabajo,
para los que están costando dinero a las arcas del Estado. El resto, que se
pudran o se arrojen desde el monte espartano.
¿Quién ha decidido que a los 46 ya no se es productivo? Sólo
alguien despreciable, sin alma y sin corazón, sin escrúpulos, sin un solo punto
para formar parte de una sociedad. De un plumazo, y sin ruborizarse, se elimina
la franja de edad en la que se están criando los hijos o se está intentando
darles una educación, se tiene una hipoteca, una vida más o menos establecida y
veinte o treinta años de trabajo a las espaldas, que han quedado borrados por
obra y gracia de la crisis.
Y si además han dejado de cobrar prestaciones, miel sobre
hojuelas. Lo dicho, al monte. No importa la experiencia, los años que han
entregado a la sociedad, las angustias que estén pasando, el horizonte que, de
golpe, desaparece, y el abismo que se abre a sus pies.
No sé si es rabia o amargura lo que me embarga desde que ayer oí
la noticia que no he podido quitarme de la cabeza. Es al mismo tiempo dolor e
indignación por constatar que los que nos gobiernan nos desprecian. No hay nada
que valga más que el dinero. Ni la experiencia, ni la desesperación. Han
decidido amortizar a más de la mitad de la población, cortar la amarra que los
mantenía unidos a la sociedad y dejarlos a la deriva. Es lo que más barato
sale.
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