Nos
han pedido paciencia. Y resignación. Nos han llenado la sopa de mentiras
mientras los comedores sociales no dan abasto para saciar tanta hambre. Y ahora
nos sirven una de bichos.
Lo que hay que oír y leer, con todos los respetos a la FAO, que se supone que se preocupa por los pobres, los desnutridos y los parias de la Tierra. Hay que comer insectos, porque son el no va más como fuente de proteínas, vitaminas y otro montón de nutrientes imprescindibles para seguir en pie.
Lo que hay que oír y leer, con todos los respetos a la FAO, que se supone que se preocupa por los pobres, los desnutridos y los parias de la Tierra. Hay que comer insectos, porque son el no va más como fuente de proteínas, vitaminas y otro montón de nutrientes imprescindibles para seguir en pie.
Nada
de perseguir a los acaparadores, a los pocos que acumulan todas las riquezas
del mundo, a ese 1 por ciento cuyas fortunas darían para que todos los
hambrientos se saciaran durante un siglo. Eso no mola. Hasta ahí podíamos llegar.
Antes aconsejo comer una tortillita de hormigas, o una hamburguesa de
procesionarias del pino o una brocheta de crujientes saltamontes; o de
mariquitas, por eso del toque de color.
Pues
eso, que ya no nos queda nada por ver. No tengo nada contra las culturas en que
los insectos forman parte habitual de su dieta. En otros sitios comen perros, y
hasta ratas. En algún viaje por esos mundos de Dios he llegado a comer, por
mera curiosidad, cosas que nunca ingeriría en la vida diaria, como parte de la
aventura, del elemento exótico de cada salida de la normalidad. Pero no me imagino un menú diario donde
cucarachas, arañas o moscas sean los platos estrella.
La
comida de pobres siempre han sido las gachas de harina y las patatas en el
mundo occidental, y el maíz o el arroz en latitudes más lejanas. Pero ahora se
preocupan por la falta de proteínas, y echan mano a los bichos.
No,
gracias. Las soluciones imaginativas de los organismos de Naciones Unidas
debieran ir más allá ¿Dónde están los objetivos del milenio? ¿La erradicación
de la pobreza? ¿La del hambre, la del sida, la de la malaria? En la barriga de
los insectos, si es que esos bichos tienen barriga.
Sólo
faltaba que dieran ideas a nuestros insignes gobernantes. Ahora ya se puede
ahondar en la reforma laboral (que tanto les gusta), y bajar la renta básica de
inserción, y las prestaciones a los desempleados. Se pueden suprimir todas las
becas de comedor y los maltrechos servicios sociales; se puede bajar el salario
mínimo interprofesional y hasta eliminarlo ¡Anda que no hay jugosas moscas a
nuestro alcance¡
Ya
no hay excusa para pedir ayudas. Basta con que te manden con el tenedor y la
servilleta de cuadros a la orilla del río, el mejor restaurante con una amplia
carta de avispas, abejorros, pulgas y cucarachas. Y a ponerte como el Kiko.
Es
triste, y nada serio, que ésta sea la solución al hambre en el mundo mientras
se acaparan alimentos (de los de
verdad), y se tiran muchos más a la basura para jugar con los precios, para que
coman los de siempre. Y no precisamente bichos.
En
mi amado Macondo, donde convivieron durante cien años las polillas y carcomas
con las mariposas amarillas, fueron las hormigas rojas las que acabaron
devorando al último de los Buendía.
Pues eso, que hay que reservar las vacas gordas para filetes y hamburguesas, y las flacas, para trabajar los campos donde cultivar plantas que provean de alimento a las vacas gordas y, de paso, que alguien se coma los bichos para no tener que usar insecticidas...
ResponderEliminarNo me veo yo comiendo cucarachas y gusanos. Antes como hierba, o ayuno.
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