Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 15 de agosto de 2013

Desde Macondo. AMNESIA

Habida cuenta de que la amnesia es la respuesta que hemos obtenido a las preguntas que centran desde hace meses la vida en este país de nuestros dolores (sin segundas), me he informado a fondo, dentro de mis posibilidades y mis cortos entenderes, de lo que significa la palabreja, de raíz griega y amplio uso en consultas de psiquiatras y psicólogos, en las que vamos a acabar todos, por otra parte.
      Amnesia es la pérdida o debilidad de la memoria. Así de fácil, según la Real Academia de la lengua. Una única acepción. Lo demás, lo ponen los profesionales… y los políticos. He leído que hay un montón de tipos de amnesia, que casi siempre es un mecanismo de defensa (ya nos vamos entendiendo) y que la más común es la transitoria, que suele durar unas 20 horas de media. Aún estamos en plazo para que algún exsecretario recupere el disco duro de su cerebro y nos cuente algo.
      La amnesia puede producirse por un shock, por un episodio traumático o por un golpe en la cabeza. Por cierto, que hablando de cabezas, viene a la mía la imagen de las películas de humor en las que otro golpe hace recuperar los recuerdos. Igual es cuestión de probar, pero creo que dicha técnica no entra en los procedimientos de interrogatorios judiciales.
      Pero hablando en serio, no es serio. Todo el país pendiente de unas declaraciones que se han sustanciado en un “no recuerdo”. He oído a expertos en Derecho explicar que es la mejor forma de no ser acusado de perjurio si, andando el tiempo, se prueban los hechos que los han llevado ante el juez. Ya saben, quien hizo la Ley hizo la trampa, y, aunque no se acuerden de haber cobrado sobresueldos, seguro que no les falta un pellizquito para pagar los mejores asesores legales.
       En Macondo, tras la epidemia de insomnio, y como daño colateral, llegó la peste del olvido y José Arcadio Buendía encontró un sistema para atajarla.  Etiquetó todos los objetos, animales y plantas que constituían su entorno. Puso un letrero con “gallina”, otro con “cacerola”, con “pared”, con “silla”, con “mesa”. . Hasta uno con “Dios existe”. Escribió cientos de carteles… Hasta que se le olvidó leer.
       Y en ese trance estamos. En el del agotamiento y esperando un milagro, un Melquiades regrese de la muerte con un brebaje para acabar con la epidemia. Para que todos olvidemos que una vez pensamos que la verdad resplandecería.
 
 

jueves, 8 de agosto de 2013

Desde Macondo. ARISTOCRACIA

Esto no va de condes ni duques. Ni tan siquiera de reyes, que dejo para otro momento. Es que el tiempo circular del cálido Macondo me ha llevado desde la última lindeza del comisario europeo Olli Rehn (a quien Thor, Odin y todos los dioses escandinavos confundan), hasta la Grecia clásica y esas formas de gobierno que estudiamos en nuestra juventud.
       Ahora, que estamos en manos de los peores (léase Europa o el país de turno), me viene a la cabeza el sentido exacto del término aristocracia, de aristós-los mejores-y kratos-gobierno. Decía Aristóteles que los ciudadanos deben ser gobernados por aquellos con más educación, más inteligencia y mejor moral, que dictan reglas y ejercen el poder en beneficio de todos y de manera desinteresada ¿Les suena? Igualito que ahora.
       Antes de que el término aristocracia degenerase, podía haber perfectamente democracia aristocrática, y hasta república aristocrática, de la que hablaban Platón o Cicerón. Pero hemos borrado la entrada del diccionario, pasando directamente a la O de oligarquía, a la forma degenerada y negativa de la aristocracia, en la que el poder se transmite por la sangre (o por disciplina de partido) y por influencias económicas. Seguro que también les suena.
       Ya no son las cualidades éticas o morales, ni la inteligencia ni la capacidad de trabajo ni la vocación de servicio a la sociedad lo que define a un gobernante. Antes bien, y mirando el panorama, parece que hemos elegido a los peores, que no sé cómo se dirá en griego. Como los antiguos oligarcas, utilizan el poder y las influencias no para cuidar los intereses de la sociedad, sino para imponer los suyos particulares, o los del grupo en el que se integran.
      Y así nos va. Nos recortan, nos empobrecen, nos quitan el presente y el futuro como tributo a los grandes grupos económicos, a los bancos, a los poderosos. Y una se pregunta dónde están los mejores. Tal vez en el Macondo primitivo, en el que los fundadores se ocuparon de que todas las casas fueran dignas, construidas a igual distancia del río para que todos tuvieran el mismo acceso al agua y colocadas de tal forma que cada habitante disfrutara las mismas horas de sol.
       José Arcadio Buendía hasta intentó construir las casas con bloques de hielo para que Macondo dejara de ser un lugar ardiente. Los gobernantes de ahora nos arrojan directamente al infierno, y lo cuentan en su blog, como el comisario finlandés.
 

jueves, 1 de agosto de 2013

Desde Macondo. MEDIO PAN Y UN LIBRO

Han pasado muchas cosas en los últimos ocho días. Muchas y muy señaladas, como la tragedia del tren, que todos nos afanamos por digerir como mejor podemos. Y las pequeñas miserias del día a día han quedado aparcadas porque la muerte y el dolor se abren paso en la vida con prioridad absoluta, como un mazazo que nos pone en nuestro sito. Aunque hayan pasado otras cosas, y estemos a la espera de que pasen más. Hoy mismo, por cierto.
       Y confundida entre el ruido de preguntas y lamentos, llegaba a Macondo, y a todos los lugares, imaginarios o reales, una declaración escalofriante, la de una alcaldesa de una población importante (más de cien mil habitantes), que se quejaba de que las bibliotecas no dan dinero, “nada de dinero”, exactamente, y encima tenían que pagar el sueldo de los empleados.
       Medio pan y un libro. Fue lo primero que pensé. Me vino a la cabeza el discurso de Lorca en la inauguración de la biblioteca de Fuentevaqueros, a comienzos de los años treinta: “Si tuviera hambre y estuviera desvalido, no pediría un pan, pediría medio pan y un libro. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan.”
       No conozco las finanzas del municipio canario, ni los apuros que esté pasando su alcaldesa, por cierto imputada por malversación, fraude fiscal y falsedad, para que se plantee la rentabilidad en euros o pesetas de una biblioteca. Pero compadezco a los habitantes de esa ciudad y de todas las que están en manos de quienes consideran que la cultura no es alimento, que es inútil invertir en conocimientos, en ciencia, en educación, en investigación. En libros.
       Quien no está dispuesto a dar un libro tampoco se conmoverá con el hambre para facilitar ese medio pan que también necesitamos. La excusa de la crisis nos está privando de alimento para el cuerpo y el espíritu. Claro que es un drama la pobreza, y las noticias sobrecogedoras y constantes de niños malnutridos, de familias enteras que tienen que acudir a comedores sociales.
       Pero es más dramático estar en manos de quienes desprecian la cultura, porque, al mismo tiempo, desprecian a la persona con todas sus necesidades y en toda su magnitud.

jueves, 25 de julio de 2013

Desde Macondo. MAL TIEMPO PARA SER MUJER


No son buenos tiempos para casi nadie pero, como siempre que vienen mal dadas, las mujeres salimos perdiendo. Es como si el otro sexo, el siempre dominante, aprovechara cualquier resquicio para recuperar el espacio que creen perdido y que no entienden como compartido.
       Y en esas estamos. La crisis ha golpeado mucho más fuerte a las mujeres, volviendo a encerrarlas en casa, porque el escaso trabajo es para los hombres. Y los recortes y la muerte de la Ley de Dependencia, las ha enviado de vuelta a cuidar a los abuelos o a los hijos con problemas.  Sin contar con que, como siempre, son las mujeres las que tienen que administrar el escaso presupuesto familiar, devanándose los sesos para llenar la olla o la tartera de comida.
       Pero no es todo. Ha crecido espectacularmente la violencia de género, tal vez fruto de ese gen machista y dominador que, ilusas de nosotros, creíamos desaparecido en el duro combate que hemos mantenido en la segunda mitad del Siglo XX. Y la última ocurrencia de este Gobierno de nuestros dolores es eliminar de la estadística a las víctimas que no hayan sido hospitalizadas. De violencia psicológica, ni hablamos. Ni de ojos morados, brazos rotos o costillas machacadas. Te escayolan, te vendan… y a casa. Sin aparecer en ninguna lista.
       Y como la falta de varón no es problema médico (Ana Mato dixit), las mujeres solas o las lesbianas, no tienen derecho a la reproducción asistida. Solo las casadas como Dios manda. Como mandan los que han decidido enviarnos de vuelta a las cavernas.
       Y a una le da gana de exiliarse para siempre en Macondo. Desde la primera vez que tuve en mis manos Cien Años de Soledad me atraparon sus mujeres. Úrsula, que  dirige con mano de hierro  a siete generaciones de Buendías;  la exuberante Petra , a cuyo paso los animales se reproducían por millares, santa Sofía de la Piedad, con el don  de no existir salvo  en el momento preciso; la lánguida jovencita prostituta, y su abuela desalmada, Amaranta tratando de salvar la estirpe… Unas subiendo al cielo y otras pisando firme la tierra. Todas con su espacio propio. Todas mujeres mirando de tú a tú a cualquier macho alfa que pretendiera colarse en su espacio.
       Pero Macondo es un lugar imaginario. Sin espacio ni tiempo. Hasta sin Gobierno.

 

jueves, 18 de julio de 2013

Desde Macondo. SERPIENTES DE VERANO

Coincidiendo con el calor llegaban los gitanos a Macondo. Y siempre traían algo nuevo con lo que entretener los largos y sofocantes días. Una vez fue el hielo, nunca visto por aquellos lares; otra, el imán, al que se pegaban cucharas y sartenes como por arte de magia, y la lupa, que podía crear el fuego sólo con dirigirla al sol; y el catalejo, que mostraba las montañas más allá de la ciénaga. Y hasta una presunta alfombra voladora.
        Eran, por así llamarlo, serpientes de verano. De lo que se hablaba incansablemente en todas las casas, en todas las tertulias, en todos los corrillos. Como hacíamos aquí hasta hace cuatro días. Con la llegada de julio, cualquier periódico o  noticiero de radio y televisión tenían su propia historia para pasar los meses de sequía informativa. Desde avistamientos de OVNIS hasta descubrimientos más o menos famosos, antiguas historias con pistas nuevas, crímenes espeluznantes que volvían a la luz o simplemente, amores y desamores de personajes y personajillos.
        Eran bichitos inofensivos, entretenidos, curiosos, que volvían a su guarida con la llegada de septiembre. Pero el cuento ha cambiado. Las culebrillas de entonces son ahora la Hidra, la Gorgona, la Medusa, la serpiente emplumada y hasta la de Adán y Eva que nos expulsó para siempre del Paraíso condenándonos a ganar el pan con el sudor de la frente.
Hemos creado un monstruo y ahora nos engulle sin remedio. No hay forma de acercarse a una página impresa, de encender un aparato de radio o de zambullirse en la red sin que encontremos un “bicho” que nos amargue lo que debiera ser un plácido día de verano. Se llaman corrupción, o paro, o recortes, o desahucios, o hambre, o desesperación. Tienen nombre propio y nos persiguen en casa, en la playa, en la siesta inquieta; se cuelan, como serpientes, en los paseos mañaneros de los pueblos, en las charlas nocturnas buscando el fresco.
        Tienen diez mil cabezas como la hidra, y te convierten en piedra con sólo mirarte, como la medusa. Y amenazan con quedarse mucho más allá del verano.
Son serpientes de todo el año. Hemos permitido que engorden hasta lo indecible y han ocupado todo nuestro espacio, cambiándose los nombres inquietantes por otros como mayoría absoluta o estado de derecho.
        Y ya no se esconden con la llegada del frío. Han ocupado las cuatro estaciones.
       

jueves, 11 de julio de 2013

Desde Macondo. PAPELES

No voy a hablar de los de Bárcenas, que me indignan, me entristecen  y me fatigan casi a partes iguales. Y que ya son como de casa, presentes en todos los círculos, en todas las conversaciones, en la piscina, en el parque, en la cola del supermercado, en la del paro, por supuesto…Y en la retina. Que levante la mano quien no haya mirado con más o menos atención esos apuntes con letra picuda subrayada en amarillo.
        Pero esto es Macondo, y aquí los únicos papeles que valen son los de Melquiades, que además estaban escritos en sanscrito y en pergamino. Muy distintos de los pintarrajos en libreta de cuadros plagadas de cifras inmorales e imposibles. Dónde va a parar. Y a pesar de todo, son dos formas de escribir la historia. La de la familia Buendía y la nuestra.
        Cuando el último Aureliano terminaba de descifrar los pergaminos, Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros. Cómo nos suena a la España de hoy. Y antes de llegar al verso final, a la última línea, supo que la ciudad de los espejos sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres.
        Pero hasta llegar a ese punto, hubieron de pasar seis generaciones de Buendías y cien años de soledad. Nosotros andamos todavía en ese punto en el que no entendemos nada, no hemos encontrado la clave que nos ayude a descifrar qué está pasando, por más que cada día leamos montones de sesudos escritos que vaticinan el diluvio o que nos cuentan las milongas de luces al final del túnel.
        Somos la primera generación y estamos estupefactos, con la vida traspapelada y escuchando cómo nos leen la cartilla por unas culpas que no son nuestras, por unos delitos que no hemos cometido, por unos millones que han pasado de largo, o se han quedado enredados en las líneas de esos papeles de moda.
        Estamos enfrascados en traducir qué nos pasa y porqué. Qué nos va a pasar. Qué pasaría si se cambian los papeles y quienes aparecen en esos subrayados amarillos hicieran un pequeño esfuerzo de sensibilidad e imaginación y se colocaran, por un momento, en el lugar de sus “administrados”, en el de uno de los miles de parados a los que se le han acabado todas sus prestaciones, o el que hace milagros con 400€, o el pensionista que mantiene a hijos y nietos, o los dependientes que miran el futuro con angustia, o los jóvenes y sobradamente preparados que friegan platos en cualquier país por la mitad del salario mínimo. Si vivieran con nuestras posibilidades.
        Qué distintos serían los papeles a descifrar. Igual, hasta volvía la vida a Macondo por cien años más.

jueves, 4 de julio de 2013

Desde Macondo. LAGRIMAS EN LA LLUVIA

Tras una de las muchas conversaciones habituales en estos tiempos, pesimistas a menudo, melancólicas casi siempre, recordando lo perdido, los tiempos pasados indudablemente mejores, me ha venido a la cabeza la famosa fase de la película Blade Runner, Ya sabéis esa de "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia”. Roy Batty podría estar presente en cualquiera de las reuniones actuales de amigos, vecinos, familia, en las que hablamos y hablamos para concluir con que hemos dejado demasiadas cosas en el camino.
        Hace tan solo unos meses, poco más de un año, se hablaba de verano, de calor, de vacaciones, de incendios si me apuran; de comienzo de rebajas, de apartamento en la playa, de las notas del niño que está acabando la carrera, de las obras en casa, aprovechando la extra… Y de problemas, por supuesto, que esos existen en todo tiempo y lugar. Y que a veces apretaban, pero no asfixiaban.
        Digo problemas, en plural, y no “el problema”, que no es singular, sino global y genérico. Porque las lágrimas en la lluvia son demasiadas. Hemos perdido en el tiempo muchas cosas, tantas que nos cuesta trabajo creerlas cuando intentamos, sin éxito, enumerarlas. El derecho a enfermar en paz, a sentirnos ciudadanos y no súbditos, a pensar que no estamos solos, a no temer el mañana, a envejecer con dignidad y sin agobios, a confiar en los políticos que garantizaban nuestros derechos, a distinguir la raya del horizonte, a pisar el suelo sin temer que se hunda. A no mirar al cielo porque estaba aquí, muy cerca.
        Ya son lágrimas en la lluvia la alegría de votar sintiéndonos dueños de nuestro mañana, de defender la democracia con uñas y dientes; de abrazarnos a la Constitución como libro de cabecera, que escondía los tesoros de nuestra vida, la igualdad, la justicia, la convivencia…, de justificar el sistema como el menos malo, de sentirnos europeos, de pensar que vivíamos en el mejor lugar posible del planeta.
        Hemos visto cosas que ya casi no creemos, y que contamos en las tertulias de verano como batallitas del abuelo Cebolleta ¿Quién se va a creer que antes había camas de Hospital para todos, que las becas no eran problema, que había trabajo para vivir dignamente? Que los Mercados no tenían rostro, que las palabras reinaban por encima de los números. Que hasta nos permitíamos mirar con lástima a los mileuristas. Que existir no era un incordio para las cuentas de la Seguridad Social.
        Que incluso se lloraba de alegría.