Vale que esto no es la India, o China,
donde por razones de la política de hijo único o por evitar una futura costosa
dote, es una tragedia que venga una niña al mundo. Vale que nos suenen a tebeo
las imágenes de Hug el Troglodita eligiendo mujer a golpe de cachiporra y que
ya no haya que meterse en un convento si no encuentras marido y que tenemos la
enorme suerte de haber nacido en una parte del mundo en la que no hay que salir
a la calle cubierta de los pies a la cabeza (acompañada de varón, por supuesto)
y que no tenemos que aprender sí o sí, a bordar, cocinar y doctorarnos en
limpieza de hogar y demás tareas domésticas.
Que sí. Que hay mujeres ingenieras, y
magistradas, y científicas y banqueras de postín, y hasta con títulos
nobiliarios disputados al primogénito varón a la luz de la Constitución y las
leyes más o menos progresistas. Y que las universidades están llenas de
mujeres, y los hospitales, de doctoras, cirujanas y no sólo enfermeras.
¿Y qué? No me sirve eso de que hemos
conseguido mucho, que hemos alcanzado logros impensables hace tan sólo un
siglo. Puede que sea para estar contentas, pero nunca para estar satisfechas.
Menos si pensamos cuanto sudor y sangre ha costado conseguir lo que al otro
sexo le ha venido dado simplemente por eso, por razón de sexo.
De la cuna a la tumba, las mujeres
tenemos mil razones para ir a la huelga. Y los hombres de bien, también. No
creo que haya ninguna de nosotras, incluidas las que abominan del feminismo,
las que han firmado un manifiesto en el que detallan los horrores de la vida de
la mujer en otros puntos del planeta para subrayar lo bien que estamos nosotras,
que no haya sentido, en uno u otro momento de su vida, que las cosas hubieran
sido distintas de haber nacido varón.
Igual no las habrían molestado en el
metro o en el autobús, ni alguien se hubiera arrimado de más o le hubieran
espetado “fea”, de ser poco agraciada; o no le hubieran preguntado si tenía
hijos o pensaba quedarse embarazada a la hora de buscar trabajo, como no se lo
preguntan a los hombres. Y con un poco de suerte, hasta cobrarían un 20 ó un 30
por ciento más por realizar igual trabajo.
Muchas, objetivamente, no nos podemos
quejar. Pero siempre en comparación de cómo están otras. Por el contrario,
tenemos todas las quejas del mundo si nos comparamos con los hombres. En todas
las etapa y en todos los aspectos de la vida.
Siempre he pensado que el XX era el
siglo de las mujeres. El de la revolución incruenta más exitosa de todas,
donde cada generación conquistó más derechos y libertades que la anterior, tanto
en el ámbito público como en el privado. Parecía que no había vuelta atrás. Que
cada centímetro avanzado nos acercaba más a la meta de la igualdad real y que
nadie podría quitarnos, nunca, nunca, lo que tanto nos había costado conseguir.
Pero todo es susceptible de empeorar. Y en todos los sentidos.
Y ya estamos en el XXI, el que tiene que
ser el siglo definitivo porque, hoy por hoy, sigue habiendo muchas, muchísimas
razones para participar y apoyar una huelga de mujeres. Decía en el título que
desde la cuna a la tumba porque, por cierto, no hay ninguna mujer en el Panteón
de Hombres Ilustres.
A mí se me ocurren un montón que lo
merecerían.
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