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domingo, 25 de marzo de 2018

Desde Macondo. LA VIRGEN DE LA CUEVA

No soy yo quién para recomendar a nadie a qué dioses, vírgenes o santos ha de dirigir sus rezos. Y menos en estas fechas en los que las calles se llenan de dolorosas, soledades, Cristo orando, crucificados o yacentes, siempre que la lluvia los permita.
          Pero he dicho la palabra mágica: lluvia. Que aunque no caiga a gusto de todos, aunque fastidie unas cuantas procesiones, siempre es bienvenida en los sitios donde falta el agua. Y más donde, habiendo, se la llevan, la trasvasan para regar tierras lejanas. Aunque no me canse de denunciarlo, de indignarse y de clamar por una solución distinta, no voy a insistir en el vergonzoso anuncio del Gobierno Rajoy de autorizar un  nuevo trasvase del Tajo al Segura, que no nos van a dejar las cuatro gotas que han caído, por si nos acostumbramos.
          Se me ocurre que, por las fechas en que nos encontramos, podrían sacar en procesión a la Virgen de la Cueva, esa de la cancioncilla infantil que, mire usted por dónde, es valenciana. Que sí, que me he informado. Al parecer, en 1726 la Comunidad Valenciana sufrió una sequía general que puso en peligro las cosechas. Se trasladó a la Virgen y los labradores de pueblos de alrededor le rogaron que trajera lluvia. Al parecer, al día siguiente  amaneció lloviendo y nevando y no pararía hasta una semana después, cuando se llenaron todos los huertos del Reino. De los campos de golf no dice nada la historia, porque entonces no había.
          Y fueron felices, plantaron muchos más huertos, hicieron pueblos y ciudades nuevos y sus ricos productos, bendecidos por el agua, se empezaron a distribuir por todas las provincias y aún allende nuestras fronteras, colmando los hogares de bienes y riquezas. Todo por sacar en procesión a su Virgen de la Cueva.
          El Levante español ha sustituido la devoción a la Virgen por la mucho más pragmática solución de abrir el grifo, que ya sabemos que en el cielo tienen muchos compromisos y no pueden atender a todos. Eso sí, ahí la tienen, por si acaso. Como las desaladoras.
          Nosotros no tenemos Virgen de la Cueva. Ni mar para desalar o como fuente de desarrollo. No tenemos grandes extensiones de regadío porque el agua que debía anegar nuestras huertas se queda a cientos de kilómetros. Y ya no tenemos la mínima esperanza de que un Gobierno injusto e interesado se acuerde de que el Tajo, como estudiábamos en el colegio, nace en la sierra de Albarracín, pasa por Toledo y Talavera y desemboca en el océano Atlántico. No en el Mediterráneo
          Ya ni nos consuela que llueva, que tenemos la amarga certeza de que lo recogido no durará ni un suspiro en los embalses. Como premio de consolación, hemos “disfrutado” de la imagen del río corriendo, tras meses de verlo varado, arrastrándose dolorido y convertido en una charca putrefacta. Sin vida.
Y ahora lo rematan con un nuevo trasvase.

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