No soy yo quién para recomendar a nadie
a qué dioses, vírgenes o santos ha de dirigir sus rezos. Y menos en estas
fechas en los que las calles se llenan de dolorosas, soledades, Cristo orando,
crucificados o yacentes, siempre que la lluvia los permita.
Pero he dicho la palabra mágica: lluvia.
Que aunque no caiga a gusto de todos, aunque fastidie unas cuantas procesiones,
siempre es bienvenida en los sitios donde falta el agua. Y más donde, habiendo,
se la llevan, la trasvasan para regar tierras lejanas. Aunque no me canse de
denunciarlo, de indignarse y de clamar por una solución distinta, no voy a
insistir en el vergonzoso anuncio del Gobierno Rajoy de autorizar un nuevo trasvase del Tajo al Segura, que no nos
van a dejar las cuatro gotas que han caído, por si nos acostumbramos.
Se me ocurre que, por las fechas en
que nos encontramos, podrían sacar en procesión a la Virgen de la Cueva, esa de
la cancioncilla infantil que, mire usted por dónde, es valenciana. Que sí, que
me he informado. Al parecer, en 1726
la Comunidad Valenciana sufrió una sequía
general que puso en peligro las cosechas. Se trasladó a la Virgen y los
labradores de pueblos de alrededor le rogaron que trajera lluvia. Al parecer,
al día siguiente amaneció lloviendo y nevando y no pararía hasta una semana después,
cuando se llenaron todos los huertos del Reino. De los campos de golf no dice
nada la historia, porque entonces no había.
Y fueron felices, plantaron muchos más
huertos, hicieron pueblos y ciudades nuevos y sus ricos productos, bendecidos
por el agua, se empezaron a distribuir por todas las provincias y aún allende
nuestras fronteras, colmando los hogares de bienes y riquezas. Todo por sacar
en procesión a su Virgen de la Cueva.
El Levante español ha sustituido la
devoción a la Virgen por la mucho más pragmática solución de abrir el grifo,
que ya sabemos que en el cielo tienen muchos compromisos y no pueden atender a
todos. Eso sí, ahí la tienen, por si acaso. Como las desaladoras.
Nosotros no tenemos Virgen de la Cueva.
Ni mar para desalar o como fuente de desarrollo. No tenemos grandes extensiones
de regadío porque el agua que debía anegar nuestras huertas se queda a cientos
de kilómetros. Y ya no tenemos la mínima esperanza de que un Gobierno injusto e
interesado se acuerde de que el Tajo, como estudiábamos en el colegio, nace en
la sierra de Albarracín, pasa por Toledo y Talavera y desemboca en el océano
Atlántico. No en el Mediterráneo
Ya ni nos consuela que llueva, que
tenemos la amarga certeza de que lo recogido no durará ni un suspiro en los
embalses. Como premio de consolación, hemos “disfrutado” de la imagen del río
corriendo, tras meses de verlo varado, arrastrándose dolorido y convertido en
una charca putrefacta. Sin vida.
Y ahora lo rematan con un nuevo
trasvase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario