Por mucho que rebusco en la memoria no
encuentro en nuestra Literatura más particular, en la picaresca, muchos
ejemplos de mujeres pícaras, de protagonistas, más allá de “La Pícara Justina”
o “Las Harpías en Madrid”, cuyas andanzas quedan un tanto empalidecidas frente
a las formidables marrullerías del Lazarillo de Tormes, o de Don Pablos, el
Buscón, o del Guzmán de Alfarache.
Son pocas, y sus enredos van casi
siempre ligados a la cuestión amorosa, a conseguir buen marido, mintiendo lo
que haya que mentir sobre los orígenes y la virtud. También en esto, como en
todo, los hombres ganan.
Pero los tiempos cambian. Es verdad que,
en muchas cosas, de tanto ir para atrás nos hemos plantado en el Siglo de Oro y
motivos tenemos para constatar que, España, al fin y al cabo siempre ha sido un
país de pícaros. Tanto, que hasta tenemos género literario propio y personajes
que forman parte de nuestra intrahistoria y que, tal vez, han dejado parte de
su ADN en nuestros genes.
Hemos aplaudido las maniobras para
sobrevivir del pobre Lázaro de Tormes. Hemos admirado la pericia del dómine
Cabra para hacer mil caldos con el mismo hueso, y el truco de agujerear la bota
de vino para beber al tiempo que el “jefe”, y gratis. Y los hurtos constantes de Don Pablos, el Buscón
de Quevedo, y las ingeniosas tretas del
Guzmán de Alfarache.
Todo por sobrevivir. Pero los pícaros de
ahora son más sofisticados. Y sofisticadas. Con el pan y el techo asegurados y
bien asegurados, con ropa de marca y vivienda de lujo, sin pasar frío en
invierno ni calor en verano, con todo el “reconocimiento social” del mundo,
podrían protagonizar, sin despeinarse, un best seller de la moderna picaresca.
No voy a bucear en la vida de Cristina
Cifuentes, en su carrera hasta la cima y en los obstáculos que se ha ido
quitando por el camino. Hasta se podría justificar algún comportamiento, que ya
sabemos que la fama cuesta y no es fácil conseguirla. Pero falsificar un
máster…
No me imagino yo a ningún pícaro-pícara
del XVII con un título de Salamanca debajo del brazo, y jurando y perjurando
que lo ha obtenido en buena lid. El vergonzoso episodio que hemos vivido en
estos días denigra a los profesores, a la Universidad, desprestigia nuestro
sistema educativo y nos desprestigia como país.
Y cabrea enormemente a quienes consiguen
los títulos con el sudor de su frente, a los que piden créditos para completar
sus estudios, pensando que con ello vendrá el maná del empleo y a los que aún
creemos que los pícaros eran personajes arrastrados a la vida de trapacerías
para conseguir lo elemental, ropa y comida. Que no es el caso de la insigne
presidenta de la Comunidad de Madrid. En el Patio de Monipodio del siglo XXI,
el de Rinconete y Cortadillo, ahora que estamos en el año Cervantes, no se sientan ya “ladrones, mendigos, falsos
mutilados, supuestos estudiantes y prostitutas”.
Alrededor del pozo, junto a las frescas
macetas de albahaca toman el fresco señoronas con magros sueldos que se ríen de nosotros cual si fuéramos simples
lectores de una novela picaresca al uso y nos maravilláramos con sus tretas.
Y me parece que pícara es un
calificativo muy light para etiquetarla.
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