Coincidiendo con el centenario de la mal
llamada Gripe Española de 1918, que ocasionó millones de muertos en todo el
mundo, he leído por alguna parte el interés informativo que suscitó, y que
eclipsaba, en algunos momentos, las noticias de la Gran Guerra, en la que
nuestro país no participó. Al parecer, los periódicos de la época dedicaban sus primeras
páginas a las esquelas, y, como en el caso de La Vanguardia, tenían una sección fija
denominada “La epidemia reinante”.
Ahora casi no quedan periódicos en papel, y no es lo
mismo ver en digital los “cintillos” de cada apartado, más allá de Nacional,
Internacional, Economía… Justo cuando necesitaríamos, para leerlo o para
saltárnoslo directamente, un llamativo encabezamiento que nos permitiera
agrupar, sin perdernos, las corrupciones nuestras de cada día. Nuestra epidemia
reinante.
No sé en qué momento hemos asumido como normales los
episodios nacionales de corrupciones varias; cuándo hemos decidido, consciente
o inconscientemente, acompañar el pan, la mantequilla y el periódico del
desayuno diario por un sapo, de esos
gordos, viscosos, con verrugas y ojos saltones a los que hemos aceptado como
animales de compañía. Así, sin más, venciendo la nausea y tragándonos la bilis.
Por eso debería haber una sección fija en todos los
periódicos, del formato que sean, en los informativos de radio o de televisión
y hasta en las redes sociales. Para que cada cual decida con qué desayuna, si
pone en su mesa dulces y café, o si opta por desayuno salado, batidos detox o
las siempre saludables frutas.
Como la Gurtel, la Púnica, los ERE, Lezo, Fórmula 1, los
Pujol, el caso Rato, las sociedades off-shore, amnistías fiscales, los millones
en Suiza, las mil y una formas de defraudar a Hacienda o los paraísos fiscales
pululan a su antojo por los canales informativos, no hay forma de eludirlos.
Los sapos tienen nombre de banqueros, de Bigotes (ahora afeitados) de
empresarios de pro, de Correas arrepentidos, de “yonquis del dinero”, de
Bárcenas nadando y guardando la ropa, de nobles, de ministros y presidentes, de
partidos enteros, de actrices y actores, de miembros de la realeza y
alrededores, y hasta de premios Nobel.
Y
corremos el riesgo de incorporarlos, sin más al discurrir de nuestras vidas. A
que en un momento dado, las noticias de la “epidemia reinante” ya ni nos
asusten ni nos escandalicen.
A que sean rutina. Como levantarse y acostarse. Porque es
lo que toca en nuestra época. Son nuestros episodios nacionales, y hasta somos capaces de bromear con ello. A
ver quien toca hoy; soy la única tonta que no se ha llevado nada, .qué sapo nos
espera para desayunar…
Dentro de un siglo, alguien debería poder escribir algo así
como “la corrupción era tal, que hasta tenía sección fija en los periódicos”. La
epidemia reinante.
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