No voy a hablar de los
de Bárcenas, que me indignan, me entristecen
y me fatigan casi a partes iguales. Y que ya son como de casa, presentes
en todos los círculos, en todas las conversaciones, en la piscina, en el parque,
en la cola del supermercado, en la del paro, por supuesto…Y en la retina. Que
levante la mano quien no haya mirado con más o menos atención esos apuntes con
letra picuda subrayada en amarillo.
Pero esto es Macondo, y
aquí los únicos papeles que valen son los de Melquiades, que además estaban
escritos en sanscrito y en pergamino. Muy distintos de los pintarrajos en
libreta de cuadros plagadas de cifras inmorales e imposibles. Dónde va a parar.
Y a pesar de todo, son dos formas de escribir la historia. La de la familia
Buendía y la nuestra.
Cuando el último
Aureliano terminaba de descifrar los pergaminos, Macondo era ya un pavoroso
remolino de polvo y escombros. Cómo nos suena a la España de hoy. Y antes de
llegar al verso final, a la última línea, supo que la ciudad de los espejos
sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres.
Pero hasta llegar a ese
punto, hubieron de pasar seis generaciones de Buendías y cien años de soledad.
Nosotros andamos todavía en ese punto en el que no entendemos nada, no hemos
encontrado la clave que nos ayude a descifrar qué está pasando, por más que
cada día leamos montones de sesudos escritos que vaticinan el diluvio o que nos
cuentan las milongas de luces al final del túnel.
Somos la primera generación y estamos estupefactos,
con la vida traspapelada y escuchando cómo nos leen la cartilla por unas culpas
que no son nuestras, por unos delitos que no hemos cometido, por unos millones
que han pasado de largo, o se han quedado enredados en las líneas de esos
papeles de moda.
Estamos enfrascados en traducir qué nos
pasa y porqué. Qué nos va a pasar. Qué pasaría si se cambian los papeles y
quienes aparecen en esos subrayados amarillos hicieran un pequeño esfuerzo de sensibilidad e
imaginación y se colocaran, por un momento, en el lugar de sus “administrados”,
en el de uno de los miles de parados a los que se le han acabado todas sus
prestaciones, o el que hace milagros con 400€, o el pensionista que mantiene a
hijos y nietos, o los dependientes que miran el futuro con angustia, o los
jóvenes y sobradamente preparados que friegan platos en cualquier país por la
mitad del salario mínimo. Si vivieran con nuestras posibilidades.
Qué distintos serían los papeles a
descifrar. Igual, hasta volvía la vida a Macondo por cien años más.
pero cien años distintos...
ResponderEliminarPor supuesto.
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