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jueves, 14 de febrero de 2013

Desde Macondo. CÓNCLAVE

De los encierros prolongados, y bien administrados, pueden salir cosas buenas. Aureliano Babilonia, el último, descifró los pergaminos de Melquiades, los que contaban la historia de Cien Años de Soledad, después de encerrarse en un cuarto durante toda su vida; otros Buendía, antes que él, se habían negado a salir de sus habitaciones por diversos motivos, y todos provechosos.
      Ahora, que la renuncia del Papa vuelve a traer el cónclave, a la actualidad, se me ocurren otros “encierros” posibles que, a buen seguro, podrían arreglar algo en este desastroso mundo en que nos ha tocado vivir.  Leí hace tiempo, en uno de esos libros de curiosidades de la Historia, el porqué de la reunión a puerta cerrada de los cardenales para elegir al sucesor en el trono de San Pedro. No hay que olvidar que cónclave viene del latín cum clavis, con llave.
      Fue a mediados del siglo XIII, cuando, tras la muerte del papa Clemente IV, y después de casi tres años sin que se llegara a ningún acuerdo, los ciudadanos decidieron encerrar a los cardenales electores en el palacio episcopal sin suministrarles alimento alguno, excepto pan y agua. En pocos días salió elegido el nuevo pontífice, creo que Gregorio X.
      Los padres de la Iglesia, hoy por hoy, se encierran solos. Pero extrapolando, y fantaseando, que es gratis, se me ocurre que si hiciéramos lo mismo con los padres de la Patria, los que dirigen nuestros tristes destinos, igual hacíamos historia. Dejarlos a pan y agua podría traducirse en nuestros días como encerrarlos sin IPOD, IPAD, tablets, portátiles, vuelos en primera clase, coches oficiales, dietas, asesores por docenas y sueldos de escándalo. En A y en B.
      Digamos que los mantendríamos con un menú tipo, de los que todos conocemos, y un salario medio, que una es generosa y no los va a dejar con los 400 euros de la renta de inserción o los seiscientos y pico del sueldo mínimo que ellos han fijado para todos nosotros.
      Y eso sí, bajo llave. Todos los días que sean precisos hasta que se harten del “y tú más” y del “anda que tu” y se pongan de acuerdo en que así no se arregla nada. Que no los hemos elegido para que se dediquen a sus cosas, a sus batallitas, mientras todo se desmorona alrededor.
      Eso sería un cónclave como Dios manda. El otro, el de los cardenales, está entretenido, pero no nos va a dar de comer.

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