Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 7 de marzo de 2012

PALABRAS PARA VIVIR

Como tantas otras veces se preguntó qué hacía aquí. Dónde estaba. Un sordo rumor de fondo. Una luz fría, entre el blanco de la vida y el amarillento color del adiós ¿Estaba viva? No había brazos ni piernas en su cuerpo, ni párpados en sus ojos, ni saliva en su garganta ¿Eso era la muerte? No. Ahí seguía el puño cerrado en el estómago, el que precedía al miedo, el que auguraba un inmediato ataque de pánico.
Y como tantas otras veces en su vida, se dispuso a combatirlo. Despacio,
respirando, pensando con método y orden. Una vez más. El diccionario en su mente, abierto por la A y preparado para convertirse en la mejor arma contra la desesperanza. Contra el miedo.
Siempre la había liberado escribir, el poner negro sobre blanco su día a día, primero en cuadernos de letra apretada que guardaba celosamente en los cajones de la ropa interior; luego, en el archivo de ordenador que rezaba “Personal”. Más tarde, camuflado en carpetas de trabajo y con nombres impensables. Y después… En cualquier sitio.
Servilletas de papel, notas de la compra, facturas de la luz y hasta el reverso del papel con que él envolvía los inevitables regalos del día después.
De cada día después.
Pero hacía mucho tiempo que no tocaba un bolígrafo, ni acariciaba las teclas del ordenador. Demasiado riesgo. Los cajones y las carpetas, los archivos informáticos ya no eran lugares seguros para albergar los capítulos de su vida. Ni tan siquiera los momentos. Él había ganado una vez más.
Y entonces lo descubrió. Descubrió que un diccionario podía mantenerla amarrada a la vida, sujetarla en los vaivenes, sostenerla cuando estaba a punto de caer, convertirse en su anclaje más firme para seguir avanzando, para alcanzar la cima, aunque todo la empujara al abismo.
Letra a letra, descubriendo conceptos, inventando definiciones, tatuando en su mente cada idea y trasladando las palabras al estómago revuelto por el pánico.
Las palabras. El mejor ansiolítico.
Muchas veces, como hoy, inmóvil, a oscuras, esperando con esa opresión en el pecho, con la boca seca y los miembros rígidos, se obligaba a abrir el diccionario en su mente, y empezaba la liberación.
Con la A, el amor. Los amores, desde el chico pecoso de la escuela al novio del Instituto y al joven transgresor en la Universidad. Y también con la A, el de ahora. Con la B los besos, los que sabían a Nocilla y a ron de garrafa, y los besos rojos, con sangre en las encías y en el alma.
Con la C el corazón, ese músculo estúpido que iba por libre, sordo y mudo, sin escuchar ni atreverse a gritar. Partido mil veces y
equivocándose otras mil. Y abriéndose paso en el centro, los celos.
Y el dolor con la D. El de los golpes y el de la derrota. La esperanza seguía en la E, un tanto escondida, pero siempre pugnando por salir, por ponerse al comienzo de la página, a pesar
de las trabas.
La F de familia sí estaba escondida. Tal vez para siempre. La había borrado con tipex una joven orgullosa y prepotente, convencida de saber
llevar las riendas de su vida, de no necesitar a nadie. Y en ese epígrafe sólo figuraba fracaso…
La G de grito también se había ahogado en su garganta cuando comprendió que nadie la escuchaba, porque en su geografía sólo estaba la nada. La H de los hijos que no tuvo pedía paso en su mente. Quizá un hijo hubiera cambiado las cosas…Pero estaba hablado, nada de niños. Solos él y ella. Adán y Eva. Para
siempre.
H de hombre y de huérfana de todo lo demás. La I de ilusión también
estaba borrosa. Y por encima, tapándola, estaban otros conceptos. Inconsciente, imbécil, irresponsable. Todos los reproches para sí misma. La única culpable.
La J de juventud no era ninguna excusa. Jamás puede justificarse con los pocos años la locura, el sometimiento, la anulación, la dependencia, las excusas constantes, la parálisis permamente…y el regreso una y otra vez a los brazos que te golpean.
La K era siempre difícil. Sólo se le ocurría pensar en kilómetros. En cientos, en miles. En todos los que separaban el amor del odio, la tierra del cielo, su mundo, de todos los mundos posibles.
La L, la doble L, todas las eles del mundo, eran el llanto. El de lágrimas incesantes y el silencioso.
El que dejaba sus ojos enrojecidos e hinchados, y el que anegaba el corazón y la mente hasta dejarlos flotando en el limbo. El que angustiaba y el que liberaba.
La M, manos de miel y martillos a un tiempo. Caricias y golpes. Firmes y temblorosas, terroríficas cuando tamborileaban en el borde de la mesa, preludio siempre de la explosión.
Nadie, nada en la N. Yo misma.
Aún ahora, el odio no cabe en la O. Si acaso, el olvido… Tampoco cabe el perdón en la P. La P de puta, de palos, de perdona, de puedo cambiar, de promesas constantes.
En la Q, el quiero. Quiero tantas cosas…Hago listas interminables en mi cabeza. Quiero dejarle, quiero cambiar, quiero volver a trabajar, quiero querer.
Risa. La R siempre me lleva a risa, a esa que no suena en mis oídos, y que no sale de mi garganta desde hace… Y a recuerdos, y a rosas
envenenadas, pintadas con el color del amor, pero con el desprecio en las espinas. Y a retorno, ese que siempre intento emprender.
La soledad se ha adueñado de todas las páginas de la S. Una tras otra, siempre sola, siempre sola. Imponiéndose a los sueños, al silencio roto por los reproches, al sabor de la libertad, a la serenidad para pensar y decidir, al socorro que nunca pedí por un orgullo mal entendido.
El tiempo, en la T, se me escapa entre los dedos. Es cada vez más esquivo. Aparece y desaparece para recordarme que es ahora o nunca, que atrás quedó la juventud, que lo de la “espléndida madurez” es cosa de revistas del corazón. Y que aún estoy a tiempo.
En la U, donde antes rezaba único, ahora pone último. Último grito, último golpe, último insulto, último adiós. De verdad.
En la X, como siempre, la incógnita ¿Cómo he llegado a esto? ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué sigo con él? ¿Cuándo me di cuenta de quién era X en realidad?
Yo, yo y siempre yo a partir de ahora. No hay más letras en la Y. Ni quiero buscarlas.
Zarpar, con la Z, o zanjar. Con viento fresco y sin volver la vista atrás. Emprender la travesía tras muchos años varada en la arena, pasando las hojas del diccionario imaginado.

Ya está…Se afloja la presión del puño en el estómago. Se aleja el ataque de pánico y llega la tranquilidad, como siempre tras pasar la última página. Podía oír las voces, y ver la luz, ahora blanca, pero siempre fría, como son las luces de hospital. Y sentía una mano amable sobre la frente, y un cosquilleo en los dedos de los pies, y un estremecimiento en el cuerpo, en cada moratón, en cada costilla rota, cada herida, cada golpe.

Sigo aquí. No he completado el diccionario. Busco angustiada la página que falta. Falta una letra.
Y la encuentro en la última página, descolocada pero firme, sola, valiente, como única protagonista
.
Es la V, de VIDA.

1 comentario:

  1. Demoledor relato. Esperanzado, eso sí, ante una situación que, por desgracia, es demasiado habitual en nuestros tiempos (posiblemente, en todo tiempo). El trágico balance anual de mujeres víctimas de violencia machista así lo demuestra. Toda una denuncia, no exenta de gran sensibilidad y belleza formal; lo que no tiene por qué estar reñido entre sí.

    Un abrazo.

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