Vamos a acabar todos con un máster en
instituciones penitenciarias, permisos carcelarios, fianzas, prisiones
provisionales… Es lo que toca, ahora que nos cuentan la milonga del “todos a la
cárcel”, y que se suceden las imágenes de juicios, banquillos y operaciones de
la Guardia Civil.
Y nosotros, calladitos, a punto de
gritar eso de que “¡Vivan las cadenas!”,
lema
acuñado por los absolutistas españoles en 1814 cuando,
en la vuelta del destierro del Fernando VII,
de infausta memoria, se escenificó un recibimiento popular en el que se
desengancharon los caballos de su carroza, y fueron sustituidos por personas del
pueblo que tiraron de ella. Ya se sabe quién escribe la Historia. A partir
de ahí, vuelta hacia atrás. Muera la libertad y vivan las cadenas.
Tan contentos por el hecho de que un
puñado de delincuentes pasen un par de años (los más malísimos) en la trena.
Eso sí, con comodidades, que siempre ha habido clases, y hay jaulas de oro y
cadenas de plata. Leo en un reportaje dominical que el preso de moda, Granados,
el de la Púnica, ve las noticias en su celda, lee, pasea, y está estupendo
gracias a una dieta que le ha recomendado su nutricionista.
No sé, a estas alturas de la película,
cuando ya se me ha agriado el carácter más de lo recomendable, me pone de mal
humor pensar en una estancia cortita, tranquila y sin sobresaltos, de quienes
se han llevado cientos de millones de este país, de quienes nos han hecho más
desiguales, más desconfiados, más mal pensados y hasta peores personas, a
fuerza de tragarnos las bilis y otros malos humores.
Pienso en el Jean Valjean de Los
Miserables, machacándose en las galeras, en el Conde de Montecristo,
pudriéndose en una cueva inmunda, en los miles de presos republicanos que, tras
nuestra Guerra Civil, cayeron como chinches construyendo canales, trenes a
ninguna parte o el Valle de los Caídos.
Nada que ver con los presos de hoy en
día. Traje y corbata al entrar y al salir, chándal de diseño en el interior y
dinero a buen recaudo, esperándolos en cualquier paraíso fiscal para
compensarles de las amargas mieles de un internamiento corto y de luxe.
Y me llevan los demonios. Que los dejen
sueltos sin un duro. O con el salario mínimo. Que devuelvan lo que han robado,
aunque no podrán devolver la dignidad que han quitado a todo el país. Que las
condenas sean a hacer trabajos a la comunidad a la que han sorbido la sangre y
las esperanzas.
Aunque el cuerpo me pida que los manden
a galeras. Encadenados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario