Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 25 de febrero de 2016

Desde Macondo. VIVAN LAS CADENAS

Vamos a acabar todos con un máster en instituciones penitenciarias, permisos carcelarios, fianzas, prisiones provisionales… Es lo que toca, ahora que nos cuentan la milonga del “todos a la cárcel”, y que se suceden las imágenes de juicios, banquillos y operaciones de la Guardia Civil.
       Y nosotros, calladitos, a punto de gritar eso de que “¡Vivan las cadenas!”, lema acuñado por los absolutistas españoles en 1814 cuando, en la vuelta del destierro del Fernando VII, de infausta memoria, se escenificó un recibimiento popular en el que se desengancharon los caballos de su carroza, y fueron sustituidos por personas del pueblo que tiraron de ella. Ya se sabe quién escribe la Historia. A partir de ahí, vuelta hacia atrás. Muera la libertad y vivan las cadenas.
       Tan contentos por el hecho de que un puñado de delincuentes pasen un par de años (los más malísimos) en la trena. Eso sí, con comodidades, que siempre ha habido clases, y hay jaulas de oro y cadenas de plata. Leo en un reportaje dominical que el preso de moda, Granados, el de la Púnica, ve las noticias en su celda, lee, pasea, y está estupendo gracias a una dieta que le ha recomendado su nutricionista.
       No sé, a estas alturas de la película, cuando ya se me ha agriado el carácter más de lo recomendable, me pone de mal humor pensar en una estancia cortita, tranquila y sin sobresaltos, de quienes se han llevado cientos de millones de este país, de quienes nos han hecho más desiguales, más desconfiados, más mal pensados y hasta peores personas, a fuerza de tragarnos las bilis y otros malos humores.
       Pienso en el Jean Valjean de Los Miserables, machacándose en las galeras, en el Conde de Montecristo, pudriéndose en una cueva inmunda, en los miles de presos republicanos que, tras nuestra Guerra Civil, cayeron como chinches construyendo canales, trenes a ninguna parte o el Valle de los Caídos.
       Nada que ver con los presos de hoy en día. Traje y corbata al entrar y al salir, chándal de diseño en el interior y dinero a buen recaudo, esperándolos en cualquier paraíso fiscal para compensarles de las amargas mieles de un internamiento corto y de luxe.
       Y me llevan los demonios. Que los dejen sueltos sin un duro. O con el salario mínimo. Que devuelvan lo que han robado, aunque no podrán devolver la dignidad que han quitado a todo el país. Que las condenas sean a hacer trabajos a la comunidad a la que han sorbido la sangre y las esperanzas.
       Aunque el cuerpo me pida que los manden a galeras. Encadenados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario