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jueves, 11 de febrero de 2016

Desde Macondo. EL VIAJE A NINGUNA PARTE


O tal vez debiera titular con ¡Alehop!, puesto que vamos a hablar de títeres y titiriteros. O recordar el entusiasmo de Lorca y sus chicos en La Barraca, cuando aún no imaginaban hasta qué punto su trabajo iba a ser criticado "como instrumento de propaganda" del Gobierno de la Segunda República. Y antes de que las críticas se convirtieran en sabotajes organizados, acabando con las esperanzas y las ilusiones.

Pero la primera intención es la que vale, y nada más enterarme del incalificable-por muchas razones-asunto de los titiriteros de Madrid, me vino a la cabeza la voz de trueno del maestro Fernán Gómez en su Viaje a Ninguna Parte, porque ahí es dónde vamos. A ninguna parte.

No va a ninguna parte un país empeñado en convertir cualquier anécdota, por mínima que sea, en una amenaza grave para romper España, para aleccionar a los niños en el camino del comunismo y el odio a la patria, o para  debilitar gobiernos contrarios a los intereses de los de siempre.

No va a ninguna parte quien, a la primera de cambio, encuentra excusa para dar un hachazo a la libertad de expresión, y encima se vanagloria de ello. Ni los jueces que acogen encantados las denuncias más peregrinas, o los "palmeros" que hacen de altavoz, a todo volumen, de la historia, sin conocer siquiera el argumento.

Dos titiriteros a la cárcel. De locos, pero mucho más si tenemos en cuenta que lo que se está juzgando, lo que los ha llevado a prisión,  ocurría dentro de la ficción de la obra de guiñoles. La supuesta apología del terrorismo es  una pancarta que, en la obra, un policía coloca a la protagonista, inconsciente tras ser golpeada, para sacar una foto y elaborar la acusación contra ella. Ya está. Un guión cualquiera propio de cualquier serie de las que pasan varias docenas por semana en la tele.

Y de repente...¡Alehop! Hemos cambiado de protagonista. Tenemos acusados con más "chicha" que una muñeca de cartón piedra, y además darán mucho más juego. Dónde va a parar. No cabe ninguna duda de que la función en cuestión era inapropiada para un público infantil. El hecho de que fuera programada para niños y niñas es un error por el que deben responder los responsables, y hasta dimitir, si fuéramos dados a conjugar este verbo en este país. 

Ahora bien, de ahí a encarcelarlos por enaltecimiento del terrorismo va un abismo que nos pone los pelos de punta. Hemos cruzado la raya, y jugar con la verdad, con la libertad de expresión y con la libertad de los creadores-autores-titiriteros de usar la ficción para contar las historias que consideren oportunas, es algo que afecta a la esencia misma de la democracia. Que ya no es broma. No es teatro.

No podemos esperar sentados a que caiga el telón de las libertades, y las manos que manejan las cuerdas nos conviertan a todos en títeres..

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