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jueves, 4 de febrero de 2016

Desde Macondo. ¡A LOS BOTES SALVAVIDAS!

Los niños y las mujeres, primero. Así ha sido toda la vida de Dios en los relatos de naufragios, en esas películas de mares embravecidos, rayos, truenos y centellas, impecable capitán en la proa dispuesto a hundirse con su barco, y el listo de turno pretendiendo a toda costa asegurar un sitio en la lancha para sí y para sus baúles.
      Y cómo ha cambiado el cuento, Hemos pasado de la ficción a la realidad, y dentro de las realidades, a la peor posible. Cuando casi nos habíamos acostumbrados a ver pateras llegando a nuestras costas, llenas de hombres de ébano, desfallecidos y quemados por el sol y la sal, pero jóvenes y fuertes, dispuestos a trabajar en los oficios más duros para huir del hambre, empezamos a ver mujeres, y niños, y ancianos. Con cajas, con maletas, hasta con ositos de peluche, con lo que han podido salvar del naufragio de las bombas y la destrucción
     Familias completas que huyen de la guerra en una difícil travesía por tierra y mar, y que al llegar a la pérfida Europa, que Zeus confunda y la vuelva a raptar, quedan separadas por vallas, por trenes a ninguna parte… Y por las mafias.
      Creía que no nos quedaba nada por ver y por oír, que el punto de inflexión que marcó la foto del pequeño Aylan tendido en una playa turca no se podía superar, porque ya nos habíamos acostumbrado a ver las caras de dolor, las pieles quemadas y los pies ensangrentados de niños y niñas sirios pasando por debajo de las vallas en Hungría, asustados por las cargas del ejército en Macedonia, amontonados en vagones de carga o caminando por las vías en fila india, bajo una lluvia inclemente, llega lo de las mafias.
      Dice la Policía Europea, Europol, que más de diez mil niños sirios en su mayoría, han desaparecido tras entrar en Europa. Desaparecidos. Separados de su familia en cualquier punto del amargo viaje, cuando creían haber llegado al paraíso, cuando se suponía que había pasado lo peor.
      Pensábamos que lo peor es que se los tragara para siempre el Mediterráneo, o que los depositara suavemente en la costa, como a Aylan, para sacudir nuestras conciencias. Pero hay cosas peores. No quiero ni pensar, porque es lo más cómodo, no pensarlo, qué pueden hacer las mafias con ellos; no puedo visualizar, siquiera fugazmente, la prostitución, el tráfico de órganos, el trabajo ilegal, la explotación…
      No han tenido sitio en los botes salvavidas, porque la prioridad ya no son los niños y las mujeres, porque no hay un honrado capitán que organice la evacuación de la nave poniendo delante a los más débiles. 
      Y porque el mundo que conocíamos ha naufragado

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