Andaba pasmado el Rey porque, tras ver a una mujer
desnuda, se le metió entre ceja y ceja que tenía que ver a la Reina de la misma
guisa. Grave pecado mortal en la época
de la Inquisición, porque al tratarse del máximo dirigente de España, el sacrílego empeño podía traer el castigo a
todo el país. Afortunadamente, alguien le replicó que la mala suerte de los
gobernados depende de la capacidad de sus gobernantes más que de su moralidad.
Parece
que no ha pasado el tiempo desde el siglo XVII, en el que Torrente Ballester
sitúa su hilarante novela, hasta nuestros días, trescientos años después.
Cambia que el pasmado es un presidente, que es como se llama ahora a quien rige
los destinos de la patria; y cambia también que su “moralidad”, léase
empecinamiento, enroque, cabezonería o cortedad de miras, sí tiene efectos
graves sobre la buena gobernanza.
Y que
sigue pasmado tras ver a la Reina desnuda, en este caso, tras pasar las
elecciones catalanas. Ya han pasado, y ya está. Igual da que todo quede manga
por hombro en la habitación, que la cama siga sin hacer y, en los pasillos, la
gente murmure y se pregunte dónde nos lleva el capricho del Rey.
Del Rey
pasmado, que mira para otro lado como si esto fuera ya capítulo cerrado. A otra
cosa, que ya he visto a la Reina como quería. La Corte, dividida, los
iluminados, erre que erre, los tiralevitas, también. El pueblo llano... Pues
eso, esperando desesperanzados que el monarca salga de su pasmo y que no le
alcance la maldición divina por el pecado real.
Ya no
es el designio divino el que pone y quita los reyes (aunque sea algo parecido),
y mucho menos quien impone a los gobernantes sin sangre real. Ni el Rey Pasmado
ni el reyezuelo que también quería ver a su propia reina desnuda pueden deshacer
el entuerto que han organizado por no dejar sus anhelos privados tras la puerta
de la alcoba.
Mientras
ellos satisfacen sus más bajos instintos, el pueblo pasa hambre, la sanidad no
funciona, la pobreza alcanza límites nunca vistos y los brotes verdes se los
han debido comer los inquilinos de las caballerizas reales. Que eso no cambia
por muchos siglos que pasen. Siempre son los súbditos, los que pagaremos las
consecuencias, los que sufriremos la cólera de Dios.
Por sus
pecados.
miércoles, 30 de septiembre de 2015
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Buenos días. Leo con atención y satisfacción tus artículos. Además de tus explicaciones y amabilidad aquella mañana, en el precioso patio de tu casa de Infantes, he conocido tu buen hacer. Enhorabuena. Un abrazo. Y grande.
ResponderEliminarGracias, Eloísa. Un abrazo.
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