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miércoles, 8 de abril de 2015

Desde Macondo. LENGUA DE SIGNOS

Por razones familiares, conozco el lenguaje de signos. No todo lo bien que debería y me gustaría. Siempre me ha fascinado ver la velocidad a la que se mueven las manos cuando dos personas privadas del habla y del oído se comunican.
       Las manos, como palomas blancas, suben y bajan, se abren y se cierran, trazan círculos en el aire, se posan en el pecho, en la cabeza, en los ojos, en los labios…Dicen alegría, tristeza, miedo o cariño. Preguntan por tu salud y cuentan cómo les ha ido en casa, en el trabajo, en el viaje. Se mueven y no hay silencio aunque no se oiga nada.
      Viene esto a cuento de la macro reunión del Partido Popular hace un par de días. Seiscientos bocas cerradas. Seiscientos pares de manos que sólo se usaron para aplaudir. Y silencio. Mientras seguía la intervención vía plasma observaba las manos de los presentes. Sobre el regazo, brazos cruzados en algún caso, dedos entrelazados, en los bolsillos o hurgando en los bolsos.
       Y se me ocurría que, sin romper la consigna de silencio absoluto podrían llevarse el índice al mentón para preguntar; podrían decir, con los puños cerrados hacia arriba, que no todo es economía, o podrían ponerse dos dedos en el cuello para hablar del agobio de los ciudadanos; o trazar un círculo entrelazados para hablar de solidaridad, o formar una “o” con los pulgares y los índices subiendo y bajando para pedir justicia; o referirse a la desigualdad con las palmas abiertas hacia abajo, simulando una balanza.
       Los seiscientos pares de manos quietas tendrían que preguntar por el hambre, frotando el estómago, por el desempleo, cruzando los brazos sobre los hombros con los pulgares hacia arriba; por la pobreza, pasando una mano por el brazo contrario; por la situación de los jóvenes, girando los dedos cerrados, o de los niños, agitando el pulgar. Y acariciarse el pecho para traer de vuelta el bienestar.
       Ni un signo. Sólo aplausos y para oyentes, que en el lenguaje de señas se giran las manos abiertas para aplaudir. Como estatuas, codo flexionado y puño cerrado y calladitos, dedo índice sobre los labios. Mil doscientas manos como alas rotas, sin comunicar y sin comunicarnos.
       Triste imagen de unidad, de mensaje único sin mención alguna a los que no pueden compartir su alegría-manos abiertas arriba y abajo-porque ni atisban la recuperación que venden, el falso-pulgar hacia la izquierda-mensaje del fin de la crisis (“S” trazada en el aire).
       Cien años de soledad y seis generaciones de Buendías fueron precisos para descifrar los papeles de Melquiades, escritos en sánscrito. Nosotros andamos todavía intentando comprender el lenguaje de las manos quietas.
      Ninguna va hacia la mejilla para expresar vergüenza, ni junta los dos índices para hablar de igualdad, ni se separa del cuerpo para decir futuro.

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