Definitivamente, mi reino no es de este mundo.
Que no, que estoy demodé, que todo me suena a chino, a otro momento que no es
el mío. Estoy harta del “hija, eso era antes”, de valores que no entiendo. No
soy egoísta, no me sale mirar hacia otro lado, no creo que los ricos deban ser
más ricos y los pobres más pobres; ni que todos hayamos nacido desiguales, ni
que no sea posible un mundo mejor.
Ni siquiera soy rubia y con mechas, que es lo que
se lleva entre las poderosas. He tenido la desgracia de nacer morena, aunque no
creáis, que tentaciones de teñirme a ver si me iba mejor, he tenido, porque la
carne es débil.
Para colmo, tampoco soy sumisa. Vengo de otra
época. Soy una mujer antigua, una mujer de antaño. De esos tiempos en los que
te contaban que el hombre y la mujer son iguales en derechos y deberes, que no
hay amo sino compañero, que los hijos son de dos, y a ambos corresponde
cuidarlos y educarlos. Y que mi inteligencia y mis capacidades no sólo pueden
ser iguales, sino hasta superiores a las de cualquier varón.
No creáis que me entero ahora de que estoy fuera
de plano. Ya lo sospechaba. En los últimos meses, un ministro, el de
Agricultura, comparó a las mujeres con los regadíos. Hay que tratarlos con
cuidado, porque le pueden perder a uno. Luego llegó la inefable ministra de
sanidad contando eso de que la falta de varón no es problema médico, para
hurtar la reproducción asistida a las lesbianas. Después, la feliz idea de
sacar de la lista de maltratadas a las mujeres que no requirieran
hospitalización, vamos, que sólo se hubieran llevado unos empujones o un par de
bofetadas. Y la guinda, el ministro empeñado en retrasar tres décadas la ley
del aborto, que aseguraba que “La
maternidad es la que hace a las mujeres auténticamente mujeres”. Horror, no soy
madre.
Y empecé a tomar conciencia, después de muchas
décadas conviviendo conmigo misma de que igual no soy una mujer auténtica, al menos en
este mundo. Aquí estoy, más falsa que un duro de madera, intentando ver cómo
afronto el resto de mis días. A ver qué demonios hago con mis más de
trescientos pares de pendientes (todos bisutería), y con las barras de labios,
y las sombras de ojos, y los tacones (pocos), y con la lencería
"íntima", por usar un lenguaje apropiado. Y con las cremas, que son
carísimas, no las voy a tirar. Bueno, bueno, qué lío ¿Quien va a fregar ahora
en mi casa? ¿Y a planchar o poner la lavadora? Son tareas propias de mi sexo y
mi condición femenina, pero si ahora la he perdido (la condición, digo)...
Y en
esas estamos. Son otros tiempos. No son los míos. Es verdad que todos sabemos
que primero Dios creo el cielo y la tierra, y luego el hombre, y los animales,
y ya, si eso, hizo a la mujer. Pero creíamos que era una metáfora, algo de los
libros de Historia sagrada, no de verdad.
La
crisis ha golpeado mucho más fuerte a las mujeres, volviendo a encerrarlas en
casa, porque el escaso trabajo es para los hombres. Y los recortes y la muerte
de la Ley de Dependencia, las ha enviado de vuelta a cuidar a los abuelos o a
los hijos con problemas. Y calladitas, que la mujer ha de obedecer siempre y no
pensar nunca.
Mientras tanto, mientras se exalta a la mujer
sumisa, sigue creciendo la violencia
de género. Dos muertes más esta misma semana. Setecientas en una década.
Y a
una le da gana de exiliarse para siempre en Macondo, donde todas las mujeres
tienen su espacio.. Úrsula dirige con mano de hierro a siete
generaciones de Buendías; la exuberante Petra es la fecundidad; Santa Sofía de
la Piedad sólo existe en el momento preciso; la lánguida Eréndira cumple a la
perfección su papel de prostituta, y su abuela desalmada amasa una fortuna con
ella. Y Amaranta muere virgen, y Remedios asciende a los cielos tras haber
llevado a la muerte a todo varón que la pretendiera. Felices o desgraciadas.
Acompañadas o eternamente solas.
En su mundo y en su tiempo..
Enhorabuena. Lo que dices no se puede decir mejor. y es tan cierto...
ResponderEliminarGracias. Tristemente cierto, aunque intentemos poner la nota de humor.
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