La crisis nos está
obligando a escribir a toda prisa un nuevo diccionario. Cada día nos
despertamos con un nuevo término que, a poco de nacer, se hace habitual y se
incorpora a nuestro vocabulario cotidiano, como si siempre hubiera estado ahí.
Ahora que llega el frío, que los tejados amanecen blancos, la escarcha es la
reina de las madrugadas y el hielo dueño y señor de las noches, en los
periódicos, en las tertulias y en los sesudos análisis desde platós calentitos,
revolotea una de estas nuevas adquisiciones: La pobreza energética.
Y una piensa que es
casi una redundancia. El diccionario de siempre, el de la RAE, dice que pobreza
es la cualidad de pobre. Y pobre es el que no tiene lo necesario para vivir.
Sin matizar si es vivir sin comer, sin medicinas o congelado. Pobres y ya está.
Sin apellidos.
Nos advierten sobre la
pobreza energética. Cáritas y Cruz Roja hablan de millones de españoles que no
pueden calentar sus casas, de aumento de enfermedades y de mortalidad a causa
del frío. De ancianos y de niños como víctimas de esta nueva pobreza. De mantas
y velas y de braseros de picón, con el consiguiente peligro de intoxicaciones
por humo.
Es el momento del
escalofrío, porque yo ya he visto esto. Nunca he tenido sabañones, pero he
visto manos y pies, y orejas, cuarteadas y moradas por el frío. He dormido
aplastada por el peso de un montón de mantas y he conocido, que no usado, los
famosos calentadores de cama. Y la lumbre, que no tenía nada de mágica o de
romántica cuando te retirabas medio metro de ella.
No había otra cosa
entonces. Tampoco medios, seguramente. Pero en las casas de pueblo, y hasta la
llegada de las estufas de butano, no se conocía otra forma de calentarse. Y no
eras pobre por eso. Simplemente era invierno y se buscaban las formas de
combatir el frío. Era la prehistoria, y ha vuelto.
Lo de ahora es
distinto. Se han creado, artificialmente y para provecho de unos pocos, varios
millones de pobres energéticos. En sólo un par de años la luz ha subido un
cuarenta por ciento, el mismo porcentaje en que han bajado los salarios. Y el
gas y el butano, ni os cuento. Por si a alguien se le ocurre hacer el cocido a
fuego lento, como toda la vida. La última ocurrencia es penalizar a quienes
usen energías alternativas, poner impuestos al sol. Han encontrado un nuevo
infierno, sin llamas pero con hielo, al que arrojar a los nuevos pobres, que
están condenados a ver, hasta que llegue el verano, cómo el frío se instala en
sus huesos mientras los pingüinos se pasean impunemente por su casa.
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