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jueves, 21 de noviembre de 2013

Desde Macondo. POBRES ENERGÉTICOS

La crisis nos está obligando a escribir a toda prisa un nuevo diccionario. Cada día nos despertamos con un nuevo término que, a poco de nacer, se hace habitual y se incorpora a nuestro vocabulario cotidiano, como si siempre hubiera estado ahí. Ahora que llega el frío, que los tejados amanecen blancos, la escarcha es la reina de las madrugadas y el hielo dueño y señor de las noches, en los periódicos, en las tertulias y en los sesudos análisis desde platós calentitos, revolotea una de estas nuevas adquisiciones: La pobreza energética.
      Y una piensa que es casi una redundancia. El diccionario de siempre, el de la RAE, dice que pobreza es la cualidad de pobre. Y pobre es el que no tiene lo necesario para vivir. Sin matizar si es vivir sin comer, sin medicinas o congelado. Pobres y ya está. Sin apellidos.
      
       Nos advierten sobre la pobreza energética. Cáritas y Cruz Roja hablan de millones de españoles que no pueden calentar sus casas, de aumento de enfermedades y de mortalidad a causa del frío. De ancianos y de niños como víctimas de esta nueva pobreza. De mantas y velas y de braseros de picón, con el consiguiente peligro de intoxicaciones por humo.
       Es el momento del escalofrío, porque yo ya he visto esto. Nunca he tenido sabañones, pero he visto manos y pies, y orejas, cuarteadas y moradas por el frío. He dormido aplastada por el peso de un montón de mantas y he conocido, que no usado, los famosos calentadores de cama. Y la lumbre, que no tenía nada de mágica o de romántica cuando te retirabas medio metro de ella.
       No había otra cosa entonces. Tampoco medios, seguramente. Pero en las casas de pueblo, y hasta la llegada de las estufas de butano, no se conocía otra forma de calentarse. Y no eras pobre por eso. Simplemente era invierno y se buscaban las formas de combatir el frío. Era la prehistoria, y ha vuelto.
 
       Lo de ahora es distinto. Se han creado, artificialmente y para provecho de unos pocos, varios millones de pobres energéticos. En sólo un par de años la luz ha subido un cuarenta por ciento, el mismo porcentaje en que han bajado los salarios. Y el gas y el butano, ni os cuento. Por si a alguien se le ocurre hacer el cocido a fuego lento, como toda la vida. La última ocurrencia es penalizar a quienes usen energías alternativas, poner impuestos al sol. Han encontrado un nuevo infierno, sin llamas pero con hielo, al que arrojar a los nuevos pobres, que están condenados a ver, hasta que llegue el verano, cómo el frío se instala en sus huesos mientras los pingüinos se pasean impunemente por su casa.  

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