No sé de quien fue la
idea de bautizar con el nombre del humanista holandés el programa de movilidad
de estudiantes en el espacio europeo. En cualquier caso, una idea acertada,
como la de usar el nombre de Sócrates para otro proyecto educativo, o adoptar
la Oda a la Alegría de Schiller, poeta de la libertad, con música de Beethoven
como himno oficial. O poner estrellitas en una bandera con fondo azul en el
universo del viejo continente. O llamar euro a la moneda de nuestros dolores.
Sea como sea, había que
empezar a construir, y qué mejor que hacerlo, en el terreno de la educación, de
la mano “del primer europeo consciente de serlo”, como lo definió Zweig. Erasmo de Rotterdam, el “erasmus” de las
becas, representó en su momento la tolerancia, la curiosidad, la inquietud por
llegar a todos, la libertad de pensamiento…
Todo lo que, trasladado
al tiempo presente, hace al hombre más rico (de espíritu), más plural, más
abierto de mente, más sociable. Y más europeo. Miles de jóvenes en los últimos
años han tenido oportunidad de conocer otras culturas, otra forma de pensar, de
vivir, de relacionarse, de mirar al futuro, de ampliar los horizontes que, de
otra forma, terminarían en su ciudad o en otra situada a unos pocos kilómetros
de distancia.
Lo que antes hacían los
favorecidos por la fortuna, estudiar en un internado suizo o en una prestigiosa
universidad británica, o hacer un máster en América, ha estado, por obra y
gracia de las erasmus, al alcance de todos. La historia siempre se repite,
tozudamente, pasen los siglos que pasen. Erasmo era hijo ilegítimo de un
sacerdote y una sirvienta. Nunca le sobró el dinero, pero fue capaz de extender
sus ideas por toda Europa. Hasta que lo censuraron, quemaron sus libros e
intentaron borrar su memoria de la faz del continente.
Y vuelve a repetirse la
historia. Cual moderno Torquemada (lo de moderno es un eufemismo), el ministro
de Educación, que me da grima hasta nombrarlo, decidido cerrar el grifo. Así,
cuando el curso está empezado y las ilusiones en marcha progresan
adecuadamente. Erigiéndose en Dios, como Zeus en el mito clásico, ha raptado a Europa
quitándosela a miles de jóvenes de hoy y de mañana. Ya no será una mujer
pública; reservará sus encantos para el club de selectos que puedan permitirse
su compañía. Porque la rectificación, que tanto le ha costado no es tal. Sólo
vale para este curso y si antes no tiene otra ocurrencia. Erasmo sigue en el
corredor de la muerte.
Europa está hoy más lejos
de nosotros. Seguirá habiendo estudiantes erasmus. Seguro, pero tal vez habría
que cambiar el nombre al programa. Erasmo lo haría, sin duda alguna.
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