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jueves, 5 de septiembre de 2013

Desde Macondo. CUARTO Y MITAD DE PATRIMONIO

Y de Cultura. Un par de cariátides, un trozo de friso del Partenón o todo el paraje donde se ubica el Oráculo de Delfos. Aquella escultura de Fidias, o esa,. de Praxíteles,. Que es la perfección misma. ¿Y qué me dicen de la autoría de La República, o del Banquete? Platón era griego, sí, pero de cuando Grecia no estaba rescatada. Ahora es otra cosa. Los griegos no se pueden permitir a Hipócrates, ni a Sócrates, y mucho menos a Aristóteles. No son dignos de compartir nacionalidad con Eurípides, Esquilo o Sófocles, ni de convivir con Homero. Ni de estar cerca del Olimpo…
           Lo han dicho los alemanes, y es palabra de Dios. O de Zeus. Un país que no puede “cumplir” con sus socios europeos, debe estar en disposición de poder vender su patrimonio para saldar las deudas, para contribuir al famoso fondo de rescate.
           Y con inmensa tristeza me pregunto si no han contribuido lo suficiente a lo largo de la Historia. Los griegos nos han enseñado medicina, historia, filosofía, teatro, la pureza de las líneas arquitectónicas, la belleza del cuerpo humano en escultura, la importancia del Mediterráneo, las formas de convivencia, la democracia de la que tanto hablamos y que tan alejada está del concepto inicial.
           Cierto es que aún tienen piedras. Museos, yacimientos, edificios singulares, la Acrópolis mutilada por otros intereses, bibliotecas, documentos de valor incalculable, porque no se pueden cuantificar siglos y siglos de conocimiento. Pero ya nos han dado casi todo, nos han hecho como somos, han legado al mundo todo su saber con una generosidad fuera de lo común.
           Pero es poco, según un tal Ulrich Grillo, de la patronal alemana. Y pienso en la Alhambra o en la Mezquita de Córdoba, en la catedral de Toledo y en las joyas del románico asturiano; en Velázquez y en Goya, en El Quijote, en Quevedo y en el acueducto de Segovia. También tenemos patrimonio y cultura, y también somos pobres y débiles. Y también estamos metidos hasta el cuello en esta espiral neoliberal en la que todo se compra y todo se vende al mejor postor.
           Macondo era un pueblo tranquilo, con casas nuevas alineadas junto al río, sin pasado y con sólo cien años de historia de soledades. Pero con plátanos. Y la llegada de la compañía bananera supuso el principio del fin de la tranquilidad, la instalación de barracones, la circulación del dinero y las desigualdades, de la explotación y la tiranía. Del diluvio.
 

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