Y de Cultura. Un par de
cariátides, un trozo de friso del Partenón o todo el paraje donde se ubica el
Oráculo de Delfos. Aquella escultura de Fidias, o esa,. de Praxíteles,. Que es
la perfección misma. ¿Y qué me dicen de la autoría de La República, o del
Banquete? Platón era griego, sí, pero de cuando Grecia no estaba rescatada.
Ahora es otra cosa. Los griegos no se pueden permitir a Hipócrates, ni a
Sócrates, y mucho menos a Aristóteles. No son dignos de compartir nacionalidad
con Eurípides, Esquilo o Sófocles, ni de convivir con Homero. Ni de estar
cerca del Olimpo…
Lo han dicho los
alemanes, y es palabra de Dios. O de Zeus. Un país que no puede “cumplir” con
sus socios europeos, debe estar en disposición de poder vender su patrimonio
para saldar las deudas, para contribuir al famoso fondo de rescate.
Y con inmensa tristeza
me pregunto si no han contribuido lo suficiente a lo largo de la Historia. Los
griegos nos han enseñado medicina, historia, filosofía, teatro, la pureza de
las líneas arquitectónicas, la belleza del cuerpo humano en escultura, la
importancia del Mediterráneo, las formas de convivencia, la democracia de la
que tanto hablamos y que tan alejada está del concepto inicial.
Cierto es que aún
tienen piedras. Museos, yacimientos, edificios singulares, la Acrópolis
mutilada por otros intereses, bibliotecas, documentos de valor incalculable,
porque no se pueden cuantificar siglos y siglos de conocimiento. Pero ya nos
han dado casi todo, nos han hecho como somos, han legado al mundo todo su saber
con una generosidad fuera de lo común.
Pero es poco, según un
tal Ulrich Grillo, de la patronal alemana. Y pienso en la Alhambra o en la
Mezquita de Córdoba, en la catedral de Toledo y en las joyas del románico
asturiano; en Velázquez y en Goya, en El Quijote, en Quevedo y en el acueducto
de Segovia. También tenemos patrimonio y cultura, y también somos pobres y
débiles. Y también estamos metidos hasta el cuello en esta espiral neoliberal
en la que todo se compra y todo se vende al mejor postor.
Macondo era un pueblo
tranquilo, con casas nuevas alineadas junto al río, sin pasado y con sólo cien
años de historia de soledades. Pero con plátanos. Y la llegada de la compañía
bananera supuso el principio del fin de la tranquilidad, la instalación de
barracones, la circulación del dinero y las desigualdades, de la explotación y
la tiranía. Del diluvio.
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