Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 24 de enero de 2013

SAN FRANCISCO

No, no he dejado Macondo para trasladarme al Vaticano. Entre otras cosas, porque, acostumbrada a moverme en el mundo imaginario y el tiempo circular, no sabría qué hacer en un lugar tan apegado al suelo y alejado del cielo. Lo de traer un santo a este lugar, casi siempre lleno de gente común, y sin que sirva de precedente, es porque hoy es San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, de ese oficio al que García Márquez llamó el más hermoso del mundo, y que, como casi todo en Macondo, ha quedado arrasado por la furia del diluvio.
         No sé si la Iglesia, con esa manía de poner un santo para cada cosa, momento, estado de ánimo o actividad, acertó al colocar al obispo de Ginebra como luz y guía de los periodistas. Tal vez esté muy cogido por los pelos ese episodio en el que Francisco, luchando contra la herejía del calvinismo, escribía folletos que dejaba bajo las puertas de sus vecinos. Quizá ha llegado a “apadrinarnos” porque, en su afán de hacerse entender por el pueblo llano, redactaba estos opúsculos con lenguaje fácil y directo (periodístico, en suma), y procuraba su máxima divulgación.
         Sea como sea, en las alturas debieron tener en gran consideración su trabajo, porque, también según las Vidas de Santos, cuando muchos años después, y con ocasión de su beatificación se abrió el ataúd que contenía sus restos, todos quedaron asombrados por la dulce fragancia que salía del interior.
         Muy bonito. No sé si encomendarme al Santo para que renueve el milagro, y cuando pase esta etapa negra que la profesión está atravesando, volvamos a la vida en perfecto estado de revista, perfumados y acicalados como si para nada nos hubiera afectado la miseria y la podedumbre que nos rodea. Como si no hubiera pasado nada y el periodismo siguiera intacto.
         Por obra y gracia de San Francisco.
         Estoy incumpliendo una máxima del periodismo, la de no hablar de nosotros mismos, la de no mirarse al ombligo para no distraer la atención de lo que pasa alrededor, y estamos obligados a contar y compartir. Pero como ya nada es igual, me puedo permitir ciertas licencias, hasta la de citar a Kapuscinski cuando afirma queantes, ser periodista era una manera de vivir, una profesión para toda la vida, una razón para vivir, una identidad”.
         Antes. Ahora, sólo queda esperar que el Santo Patrón haga un milagro. Felicidades a todos los periodistas de bien y felicidades muy especiales a Angel Monterrubio, que mañana recibirá el merecido premio de la Asociación de la Prensa por su manera de sentir y comunicar. Y de ser. El mismo Kapuscinski decía que para ser periodista hay que ser buenos seres humanos, porque las malas personas no pueden ser buenos periodistas.
         P.D. Juro que soy buena persona.

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