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jueves, 21 de febrero de 2019

Desde Macondo. EL OCTAVO MANDAMIENTO

Apuesto que no hay nadie de mi generación, de las anteriores y de alguna posterior, que no se sepa de corrido, y con musiquilla, los mandamientos de la Ley de Dios.  Que fueron muchos años de machacar, de copiarlos cien veces, de preguntarlos en clase, y en catequesis, del uno al diez o en orden aleatorio, para pillarte, porque, al fin y al cabo, era más importante saberse el Catecismo que las normas de la Gramática o los ríos de la Península Ibérica.
          Andando el tiempo, cada cual nos hemos quedado con los mandamientos que hemos considerado convenientes,  que honrar a los padres, no matar o  no robar, deben ser de  obligado cumplimiento en cualquier credo, y algunos otros, como lo de no tomar el nombre de Dios en vano, ir a misa o reprimir los pensamientos considerados impuros, pues allá cada cual.
          Y luego está el octavo, que es el que nos ocupa hoy en esta humilde columna.  No dirás falso testimonio ni mentirás. Colas debería haber en los confesionarios para intentar buscar el perdón por faltar al octavo mandamiento. Aunque claro, sin propósito de la enmienda, y sin cumplir la penitencia (también me lo enseñaron las monjas), la confesión no tiene sentido.
          Ya están convocadas las elecciones generales. No voy a entrar en si debiera haberse hecho o no; en si era mejor esperar a octubre o a 2020. Como tengo a gala no mentir, y cumplir a rajatabla el mandamiento número ocho, tampoco voy a ocultar que no me gusta el adelanto, pero eso es cosa mía. El caso es que tengo la clara conciencia de que se ha llegado a este extremo de la mano de la mentira. Sin entrar en discusiones de si el Gobierno estaba en los últimos estertores o aún quedaba un resto de oxígeno en su reserva.
          Pero los defensores de la patria, la tradición, la religión, de la España de antes, la del Catecismo a sangre y fuego, la misa obligatoria y el poder ilimitado de la Iglesia, no han tenido ningún reparo en llevarnos a esa convocatoria de elecciones mintiendo sin pudor. Antes y después. Mentiras como la del manifiesto de Colón, cuando se afirmó como si fuera un hecho indiscutible que Sánchez había aceptado “las 21 exigencias del secesionismo”, cosa que los firmantes sabían que no era verdad. O como la “alta traición”, o la ocupación ilegítima de La Moncloa, o los pactos con los presos del procés, o afirmaciones sobre el indulto a los procesados, deberían tener doble o triple castigo para quienes se proclaman católicos, se dan golpes de pecho y hasta protestan porque la fecha elegida les va a dificultar cumplir con los deberes de la Semana Santa. Incumplen, a sabiendas, uno de los Mandamientos de la Ley de Dios.
          Y podría decir que allá ellos con su conciencia: pero esto no es un pecado que se confiese y se perdone con tres padrenuestros.  Es mucho más serio. Vale que todos, en campaña, exageran y prometen cosas que luego no cumplen, pero es muy grave que dirigentes políticos que piden la confianza de la ciudadanía para gobernar el país se permitan mentir de manera tan escandalosa, aún cuando sepan que sus mentiras se van a  descubrir inmediatamente. En concreto, tres días después, cuando se votaron los Presupuestos.
          Deberíamos redactar una hoja de ruta para la campaña electoral en los que se detallaran las normas a seguir para su normal desarrollo, Y en la que el octavo mandamiento, pasara a ser el primero.

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