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lunes, 19 de noviembre de 2018

FEMENINO PLURAL

Manda el violeta. Lo habréis notado. Carteles,  plenos extraordinarios, actividades varias, declaraciones institucionales, lazos en las fachadas y hasta servilletas de bar con mensajes alusivos a la conmemoración. Por unos días, sólo por unos días, el color de la protesta contra la violencia machista es el dominante. Y luego… Aquí paz y después gloria. A la rutina de seguir contabilizando víctimas, de estremecernos, momentáneamente al conocer los detalles de cada agresión y a aseverar, viendo el telediario, que esto no puede seguir así.
          Y que es cosa de todos y todas, no de mujeres. Que es femenino plural, que ya no hay singularidades que valgan. Volveremos a conocer la lista de la infamia, esa que borramos de la cabeza tras cada víctima; a decir eso de “van… en lo que llevamos de año”. Y en la serie histórica. Y volveremos a pedir más fondos, más ayudas, más educación, más sensibilidad.
          Un mundo femenino plural.  Que ya está bien.  Somos más de la mitad de la población. Han pasado muchos años desde que empezamos a votar, a estudiar, a integrarnos en el mundo del trabajo… Y aquí estamos. Copando las cifras del paro, con empleos peor remunerados que los hombres, con años más largos, que una mujer tiene que trabajar 418 días para ganar el mismo dinero que un hombre cobra por 365 días de trabajo.
          Pero además somos  violables, maltratables, asesinables. Propiedad del macho alfa, que se pasa por salva sea la parte de su anatomía todos los colores violeta del mundo. No es problema de mujeres, aunque seamos nosotras las víctimas. Una sociedad que permite esto es una sociedad enferma. Y todo cuenta. Cuenta la educación, cuenta la desigualdad y la falta de medios para acudir a la Justicia o para encontrar ayuda, cuentan las leyes injustas, la discriminación a la hora de acceder a puestos de responsabilidad o, simplemente a cobrar lo mismo por el mismo trabajo. Y cuenta la sensibilidad para estar del lado de las víctimas.
          No podemos resignarnos. No podemos convertirlo en una conversación de barra de bar. Una más, qué horror, cuántas van este año, ¿son más que el año pasado por estas fechas? ¿Ha sido con un hacha o con un cuchillo? ¿Estaban los hijos delante?
           Siempre que hay un asesinato, la maté porque era mía, con su posterior historia, se había separado, tenía otra pareja, se había marchado de casa harta de malos tratos o porque quería ser dueña de su vida, vienen a mi mente los versos de Agustín García Calvo, la más bella declaración de amor que conozco: “Libre te quiero, como arroyo que brinca de peña en peña. Pero no mía”.
           Ni de nadie. Que han pasado los tiempos de los trogloditas que porra en ristre encontraban quien les calentara la cueva y les diera hijos; y el Medievo y el derecho de pernada, y los años oscuros de la mujer en casa y con la pata quebrada. Son, deberían ser, tiempos de femenino plural,  de mujeres libres y hombres que las vean así.
           Aunque el color violeta nos recuerde que el mundo es todavía masculino singular.

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