(…) “que a papas y emperadores
y prelados
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados”. (Jorge Manrique).
Pues no. Y a
las pruebas me remito. Con todos los respetos a Jorge Manrique, que embargado
por el dolor de la desaparición de su padre escribió estas bellísimas Coplas,
no es cierto que la muerte iguale. Claro que todos tenemos que morir, y que,
sentada esta base, debería darnos igual lo que pase después. Pero la verdad es
que las diferencias trascienden la vida y quien fue de alta cuna tiene todas
las papeletas para ser después de alta sepultura. Por los siglos de los siglos.
Viene esto a
cuento del empeño de la familia Franco por llevar los restos del dictador a la
catedral de La Almudena, que así lo han constar en un incalificable escrito de
alegaciones a la pretensión de exhumar los restos de su abuelo, en el que se
habla de profanación, inconstitucionalidad (¿desde cuándo son
“constitucionales”?) y otras cuantas zarandajas.
Pues lo que
nos faltaba, trasladar el Valle de los Caídos a pleno corazón de Madrid, con
sus excursiones, sus 20-N, sus misas de desagravio, sus camisitas azules y sus
banderas con aguilucho. El Arzobispado, para curarse en salud, ya ha dicho que
su compromiso es "dar entierro a cristianos bautizados. Ya. Bajo palio
otra vez. Y con camino adelantado, que Franco no tendrá que ir a ningún
“pudridero”, ese sitio que existe, por ejemplo en El Escorial, donde los
cuerpos de los reyes e infantes pasan al menos treinta años hasta que se
momifican para pasar a la tumba definitiva. Eso ya lo tenemos hecho, que han
transcurrido más de 40 años y el dictador genocida puede pasar directamente a
la zona noble.
Y es que no
avanzamos. Mejor dicho, vamos p’atrás. Seguimos siendo “reserva espiritual de
Occidente”, eso que tanto le gustaba decir al autodenominado Caudillo. Vale que
el trato funerario preferente a las familias nobles y ricas es una tradición
histórica, que choca con todas las normas sanitarias habidas y por haber, pero
en estos días, los historiadores se han apresurado a desempolvar la Real Cédula
de Carlos III que, ya en 1787 prohibía los enterramientos en las iglesias.
Queda muy
lejos, de acuerdo. Pero también el Concilio Vaticano, del que salió el Código
de Derecho Canónico Vigente, que digo yo que habrá que conocer para ser obispo,
prohibió enterrar dentro de los
templos, en un intento por mitigar los privilegios funerarios de unos pocos,
“salvo que se trate del Romano Pontífice o de sepultar en su propia iglesia a
los cardenales o a los obispos diocesanos”. Es evidente que en España se lo han
pasado por el arco del Triunfo, que en La Almudena también hay otros “ilustres”
como los marqueses de Cubas o los marqueses de Urquijo o la
propia Carmen Franco y su esposo, el marqués de Villaverde.
Todos muy
cristianos… Y ricos, que se habla de “donaciones” de decenas de miles de euros
para sufragar la construcción de la catedral y, de paso, asegurarse reposar en
sagrado por los siglos de los siglos.
En fin, que si
además de tener dinero encabezaste la gloriosa Cruzada, tienes todo el derecho
a saltarte todas las normas, desde Carlos III a nuestros días. Que los de alta
cuna tienen asegurada alta sepultura. Diga lo que diga Jorge Manrique.
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