No sé cuantos talaveranos, de nacimiento
o de adopción, tendrán conocimiento de que entre esta semana y la siguiente, se
debate en el Ayuntamiento el “estado de la ciudad”. De nuestra ciudad. Segura estoy de que me sorprendería la
respuesta. Segura, y triste, porque debería ocuparnos y preocuparnos a todos y
no es así. De nunca.
Casi todos tenemos nuestro propio
diagnóstico; y muchas soluciones que planteamos acaloradamente en casa, en la
barra de bar o en cualquier tertulia que se precie. Todos caminamos por las
mismas calles, vemos y sufrimos prácticamente las mismas cosas; unos miran con
lupa, otros, vuelven la cabeza para no ver. Quien más quien menos, espera
intervención divina en forma de Estado o gobiernos regionales o provinciales. O
europeos. Y siguen caminando.
Andar Talavera. Tomo prestado el título
a don Eusebio Leal, historiador cubano que durante muchos años, no sé si
continúa, mantuvo un programa televisivo llamado Andar La Habana. Fascinada por
la ciudad, como casi todos los que conocen La Perla del Caribe, adquirí unas
cuantas cintas de vídeo recopilatorias de los programas y, amén de la pésima
calidad, vi otras muchas cosas.
No era un recorrido por el casco histórico con
explicaciones sobre cada monumento o cada rincón; tampoco un panegírico de las
restauraciones emprendidas por la revolución (y por la UNESCO), ni un tour
turístico por el antiguo esplendor de la capital caribeña.
Vi, ante todo, a un hombre andando y
viviendo su ciudad. Y contagiando su entusiasmo por ella, por cada casa
colonial o palacio recién recuperado, sí, pero también señalando cada socavón, empedrados
sueltos o calles a medio asfaltar. Sin
perder por eso su esperanza y su ilusión en un mejor futuro para el espacio de
sus desvelos. Su ciudad.
Envidié y envidio su compromiso, el que
debieran, deberíamos tener todos los talaveranos, orgullosos de nuestro sentido
de pertenencia. Andar la ciudad es quererla, desde la muralla al río, desde la
Plaza del Pan a la de España, que no es ni plaza, del Prado, bello y señorial a
La Alameda, fea, mal trazada y sucia de botellón, de San Francisco y Trinidad,
refugio de paseantes, a la antigua N-V, siempre con coches en hilera. Y buscar
la mejor forma de conservar lo que merece la pena y buscar soluciones para que
sigamos andando y amando esta ciudad. Para que seamos moderadamente felices
entre sus muros.
Han pisado estas calles muchas
generaciones de talaveranos, de pura cepa, de cualquier lugar de la comarca o
nacidos donde les haya dado la gana. Camino a casa, al trabajo, al pueblo, al
rato de asueto, a la conversación para arreglar el mundo pero, sobre todo, de
paso hacia el futuro, que nunca es la marcha atrás.
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