El poeta tendría que cambiar, de haberlo
escrito hoy, el título de su obra. Rosario, a secas, sin apellido, tuvo sus
soledades, tal vez sus “galerías”, sus buenos y malos momentos, en una vida que
desconocemos. Pero no tendrá más poemas, porque se acabó su cuenta corriente.
Así de fácil. Sin ningún lirismo, sin
una rima hermosa que echarse al alma. Saldo, cero cero euros. Y no es ficción.
Es la vida real, sin cuidadas estrofas, sin sonetos perfectos, sin versos
medidos y rimas impecables. Hasta sin los musicales y rotundos versos libres.
Nadie había visto a Rosario en mucho
tiempo. Sin concretar cuánto. El coche estaba en el garaje; el buzón, a
rebosar. Qué pesados los de la publicidad. Las ventanas no se abrían nunca,
pero las persianas no estaban echadas. Nadie subía ni bajaba de su piso. Nadie
llamaba a su puerta. Pero todo estaba bien. Seguía pagando el alquiler. Puntual
y escrupulosamente.
Hasta que dejó de hacerlo y saltaron las
alarmas. Se había agotado la cuenta corriente, y esto ya era grave. Había que
actuar. La pasada semana fue encontrada
momificada y tirada en el pasillo de su casa. Llevaba 7 años muerta.
Siete años, que podrían haber sido 20 o más, si su cartilla hubiera sido más
abultada.
Rosario no era una anciana inválida.
Tenía 59 años. Sólo 52 la última vez que alguien recuerda verla con vida. Tampoco
vivía en una remota casa de campo, que el escenario de la vergüenza es un
bloque de pisos de una capital gallega. Nadie ha reclamado sus cenizas, nadie
sabe si tenía familia. Nadie sabe nada
de su vida ni de su muerte. Sólo sabemos que se agotó su cuenta corriente, y
con ella, sus soledades, su poema triste sin final feliz. Como esos versos
sombríos de Machado, girando en torno a la fugacidad de la existencia, a la
tarde, como símbolo del declive del día y de la existencia.
Y pienso en Rosario en el pasillo. En sus últimos momentos. Tal
vez buscando ayuda, buscando una salida o intentando abrir la puerta para dejar
salir la soledad, para, en el último momento, respirar un soplo de poesía, ver
un rayo de luz que la reconciliara con la condición humana. Esa que la olvidó
hasta que se agotó el dinero en el Banco.
No ha sido una noticia más leída en
media columnita de un diario cualquiera. Me va a costar olvidarme de Rosario y
sus soledades, como me cuesta digerir que alguien pueda pasar por la vida, y
por la muerte sin hacer ruido, sin que nadie lo advierta hasta que las monedas
dejan de tintinear, sin otro documento de identidad que un triste recibo de
alquiler. Que tiene muy poco de poesía y que no rima con humanidad, ni con
compañía. Ni con sociedad.
Tras su fallecimiento, el gitano
Melquiades volvió a Macondo porque no soportaba la soledad de la muerte. Aquí
no habría soportado la soledad de la vida.
Tu columna me parece ¡ fantástica! (como siempre). El relato..., muy triste, me dejó en estado reflexivo.
ResponderEliminarSí, es para reflexionar en qué nos hemos convertido.
ResponderEliminarTremendo!Qué clase de sociedad estamos construyendo?
ResponderEliminarEs verdad. Parece increíble que alguien pueda pasar así por la vida.
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