Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 19 de julio de 2017

Desde Macondo. SAPOS Y CULEBRAS

No sé en qué momento cambiaron las estaciones. En todo. No sólo en lo meteorológico, que también, por aquello de que nos estamos cargando el planeta. Pero hablo de otra cosa, del transcurrir normal de los días, las semanas, los meses… El otoño, comienzo de casi todo; el invierno, inevitable para esperar tiempos mejores; la primavera, promesa de nueva vida. Y del verano, fin de ciclo a la espera de volver a empezar.
          Con su sopor, sus calores, los días larguísimos esperando el fresco de la noche. La vida entre paréntesis con todo lo importante esperando hasta septiembre. Lecturas intrascendentes, diversiones más orgánicas que otra cosa, playa, siesta y terrazas. Y periódicos delgaditos, llenados a duras penas con fiestas de pueblo, reportajes intemporales, consejos de salud o de cocina, apuntes de viajes, imágenes de playa y pueblos, de aeropuertos repletos, de sombrillas y maletas o de largas colas de operaciones salida-retorno.
          Y poco más. Algún suceso y las inevitables “serpientes de verano”, que daban mucho juego a la hora de enfrentarse a la página en blanco. Así en todas partes. También en Macondo, cuando coincidiendo con el calor llegaban los gitanos , siempre con algo nuevo con lo que entretener los largos y sofocantes días. Una vez fue el hielo, nunca visto por aquellos calurosos lares; otra, el imán, al que se pegaban cucharas y sartenes como por arte de magia, y la lupa, que podía crear el fuego sólo con dirigirla al sol; y el catalejo, que mostraba las montañas más allá de la ciénaga. Y hasta una presunta alfombra voladora.
          Y así, mucho más allá de cien años de soledad. Siempre. Las serpientes de verano han dado mucho juego para entretener las tertulias en las terrazas, los corrillos en las plazas y los atardeceres al fresco del patio. Asomando julio, y antes a veces, cualquier periódico o  noticiero de radio y televisión tenían su propia historia para pasar los meses de sequía informativa. Desde avistamientos de OVNIS hasta descubrimientos más o menos famosos, antiguas historias con pistas nuevas, crímenes espeluznantes que volvían a la luz o simplemente, amores y desamores de personajes y personajillos.
          Eran bichitos inofensivos, entretenidos, curiosos, que volvían a su guarida apenas asomaba septiembre. Pero en algún momento, a traición, mutaron en sapos y culebras. En los peores bichos que la naturaleza, la Historia o la Mitología, nos han dejado de herencia. La Hidra, la Gorgona, la Medusa, la serpiente emplumada y hasta la de Adán y Eva que nos expulsó para siempre del Paraíso condenándonos a ganar el pan con el sudor de la frente.
          Ahora hablamos, también en verano, de economía, de corrupciones y juzgados, de paro, de precariado, de “nimileuristas”, de trabajo basura, de pateras, que se multiplican con los calores… Hasta he leído que la Unión Europea ha prohibido vender balsas hinchables a Libia para que no vengan más inmigrantes…
          Hemos creado un monstruo y ahora nos engulle sin remedio. No hay forma de acercarse a una página impresa, de encender un aparato de radio o de zambullirse en la red sin que encontremos un “bicho” que nos amargue lo que debiera ser un plácido día de verano. Nos persiguen en casa, en la playa, en la siesta inquieta; se cuelan, como serpientes, en los paseos mañaneros de los pueblos, en las charlas nocturnas buscando el fresco.
          Los sapos y culebras que nos han colonizado han terminado con las estaciones, con el normal discurrir de los días, porque se quedan todo el año, engordando y alargándose. Confundiéndonos y haciéndonos añorar esos veranos de antes, cuando no había noticias que echarse a la boca. Ni falta que hacían.

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