En estos tiempos, en los que nos han
convertido el cerebro en calculadora y una cartera ocupa el lugar del corazón,
en los que los planes de estudio no
contemplan la enseñanza del latín ni de la filosofía, incluyen la historia como
parte de la asignatura de ciencias sociales, y la literatura se aborda en las
clases de lengua, y se ha catalogado como poco menos que inútil el aprendizaje
de las artes, me ha llamado poderosamente la atención una iniciativa que, por
razones personales he conocido de cerca.
La
han llamado “Música en vena” y no podrían haber encontrado un nombre mejor.
Justo cuando las cabezas pensantes deciden que no vale para nada dedicar tiempo
y esfuerzo a las artes, que las miran con desprecio como “marías”, un grupo de
entusiastas demuestran (porque descubierto estaba desde hace siglos), que la
música cura. Y se han puesto a ello. De forma voluntaria, arrastrando sus
guitarras, sus violines, sus clarinetes o sus flautas por las UCI, las unidades
de neonatos o las de rehabilitación de los hospitales. Cosechando sonrisas, y
miradas de agradecimiento y, me consta, yéndose a casa con el corazón más
grande, pugnando por salir del pecho, aunque no haya nada en la cartera.
Son
los MIR, los Músicos Internos Residentes,
como se han bautizado, en un nada descabellado propósito de conseguir que se
normalice la actividad, que este “tratamiento especial” pueda, de alguna forma,
ser una salida profesional, una forma de ganarse la vida mientras alegran y
mejoran las de otros. Como han hecho los músicos de toda la vida de Dios, desde
que el mundo es mundo. Y la poesía, y la pintura, y la poesía. Y los libros.
Cualquiera
de esos “conocimientos inútiles” que quienes diseñan los planes de estudios y
pretenden diseñar el mundo como si fuera un traje a su medida, con una mentalidad completamente materialista
y poblado únicamente por homo economicus, quieren borrar de la faz de la Tierra, sin pararse a pensar, porque no
da dinero, que de las Humanidades y las Artes depende nuestra visión del
mundo, que gente mucho más lista que ellos han demostrado, por ejemplo, que la música tiene
efectos positivos en el desarrollo cognitivo, creativo, intelectual y
psicológico de los niños. Incluso se ha demostrado que la
música estimula el hemisferio
izquierdo del cerebro, el encargado del aprendizaje del lenguaje, los
números y el uso de la lógica.
Y
también cura. No sé si “Música en Vena” tendrá la receta, la fórmula magistral
para salvar a nuestra enferma sociedad occidental, empeñada en convertirnos en
simples piezas de engranajes desechables y sustituibles ante el menor signo de
desgaste en nuestra capacidad productiva.
Ya
lo dijo el ministro de Educación, José Ignacio Wert: "Hay asignaturas que
distraen". Pues prefiero una y mil veces distraerme con la música, con la
poesía, buceando en la historia; con cualquier “maría” de las que nos dotan a
los individuos de alma, de sentido y sensibilidad.
De
humanidad en vena.
Chapeau!Como siempre.
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