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jueves, 15 de junio de 2017

Desde Macondo. GAOKAO, SUNEUNG… Y BOTELLÓN

Media docena de coches en doble fila, dos docenas de cihcos y chicas, unos esperando turno y otros armados ya con bolsas de plástico repletas de botellas. Nada de particular, a las puertas de uno de los muchos establecimientos en los que los jóvenes se aprovisionan convenientemente de alcohol.  Lo de cada fin de semana, y ocasionalmente, cada jueves. 
        Nada fuera de lo normal, aún estando en la semana de los exámenes de Selectividad, EvAU, como se llama ahora, en los que, en teoría, se tiene que dilucidar, o al menos encaminar, el futuro de cuantos se dirigían alegremente, y por la “coincidencia” que el establecimiento de marras está regentado por orientales, y porque ese mismo día había estado leyendo un amplio informe de cómo afrontan las pruebas de acceso a la Universidad en dicha parte del mundo. En Corea y en China. 
        El 'gaokao' o examen anual de acceso a la universidad es considerado como un punto de inflexión para el futuro de millones de jóvenes chinos. Un buen resultado en la prueba asegura una plaza en los centros de más nivel en China y abre las puertas a mejores oportunidades de trabajo en un mercado laboral cada vez más competitivo. Las familias se endeudan buscando profesores privados y los jóvenes dedican 18 horas del día a estudiar sin distracciones. Los centros educativos  son superestrictos, porque también a ellos les va. Parte de la financiación de los centros educativos depende de los resultados de los alumnos en el gaokao. Los que sobresalen reciben más dinero, con lo cual pueden contratar a mejores profesores, pagarles más y renovar las instalaciones.
        En Corea del Sur, el examen se llama “Suneung”. Cambia el nombre pero la historia es la misma. O peor, que el país lleva años siendo uno de los países con el mayor índice de suicidios de estudiantes de la OCDE. 878 estudiantes se han quitado la vida entre 2009 y 2014. Y gran parte de ellos lo han hecho en estas fechas, que se afrontan como una operación casi militar en la que las autoridades dan órdenes para que se retrasen las aperturas de negocios, la Bolsa, los vuelos comerciales o los de los aviones militares, y un pelotón de voluntarios y agentes se despliegan por las calles para facilitar el tráfico y facilitar la llegada de los alumnos a los centros donde realizarán las pruebas. 
        Por no hablar de que en los días previos a esa cita, templos budistas e iglesias cristianas suelen estar repletos de madres que portan los retratos de sus hijos y rezan bajo la convicción de que su fe reforzará las posibilidades de los chavales en los exámenes.
        Que hasta los dioses son necesarios cuando se habla de futuro, aunque aquí no lo entendamos así. No lo entienden los jóvenes, que piensan que se les va a aparecer la Virgen para iluminarlos; o que están desengañados viendo los camareros, los taxistas o los que friegan platos en cualquier país europeo con dos carreras y un máster; no lo entienden los padres, demasiado permisivos y muy dados a decir eso de que son cosas de la juventud.
        Y no lo entienden, y es peor, los gobernantes, con sus erráticas leyes educativas, encerrados en esa falsa recuperación que se traduce en trabajos precarios ligados a la estacionalidad y al turismo, por el que se aplauden cada día a sí mismos, y están encantados de haberse conocido. Les queda muy lejos la agitación del Gaokao y del Suneung. Y hasta de la Selectividad sin Platón ni Kant que se han inventado.
        Así no se conquista el futuro. Ni siquiera el imperfecto. 

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