Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

martes, 9 de mayo de 2017

Desde Macondo. EMOTICONOS

Durante el terrible y dramático suceso de la caída del whatsapp durante unas horas la pasada semana, seguro que más de uno descubrió, con fastidio, que se puede hablar para comunicarse, y que hablando se aclaran mejor las cosas que tecleando un escueto mensaje o, lo que es peor, acudiendo a los omnipresentes emoticonos en cuyas redes caemos todos varias veces al día. Y me incluyo, mea culpa, aunque me arrepienta al segundo de haber dado “enviar”.
Los emoticonos, malos sustitutos de las emociones, nos invaden. Ya no hay que decir que te alegras o te apenas, que estás sorprendido, que aplaudes una noticia, o que envías un beso. Ni siquiera sensaciones más orgánicas, como manifestar que tienes frío, calor, sueño o que estás agotada. Todo está en los muñequitos que te evitan una fastidiosa frase o, peor aún, explicar un estado de ánimo. Mucho más fácil, dónde va a parar.
No es que hayamos inventado nada nuevo, sólo lo hemos magnificado y estamos abusando de ello. Las máscaras se conocen desde hace milenios. En el teatro griego, las colocaban sobre su rostro los actores, para expresar emociones y para amplificar el sonido de sus voces. Eran el elemento que transformaban a la persona en personaje. Los romanos las copiaron y las multiplicaron. Ya no eran sólo para comedia y tragedia. Las emociones expresadas en las máscaras iban desde algo lúgubre, al gozo, a la mirada lasciva; todas muy exageradas. La Iglesia Cristiana nunca vio bien el teatro, y por eso en la Edad Media las máscaras eran para el diablo y poco más. Luego llegó el teatro renacentista italiano, y también están las milenarias caretas japonesas.
En fin, que las máscaras han ayudado a los espectadores a identificar las emociones en el escenario, como ahora los emoticonos nos ayudan a transmitirlas sin preocupaciones. Aunque por el camino se quede el calor de la palabra, el esfuerzo por conectar, el transmitir y descubrir los sentimientos a través de la mirada, del temblor o la firmeza en la voz…
No hay muñeco que pueda suplir las relaciones humanas, por muy conseguido que esté, y no es bueno que estemos usando y abusando de los dichosos emoticonos, porque olvidamos lo esencial de la comunicación. El contacto humano. Y porque nos encaminamos sin remedio al día en que se nos olvide cómo expresar los sentimientos sin tener que echar mano de una carita estúpida que nos sonríe, con un corazoncito en la boca, para recordarnos que así se manda un beso.
Y porque la víctima es también la palabra. En Macondo, durante la peste del olvido, José Arcadio Buendía etiquetó todos los objetos, animales y plantas que constituían su entorno. Puso un letrero con “gallina”, otro con “cacerola”, con “pared”, con “silla”, con “mesa”. . Hasta uno con “Dios existe”. Hasta que se le olvidó escribir y sólo quedaron los carteles.
Los emoticonos…

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