En
fin, no está de más una cura de humildad, que no hemos hecho el descubrimiento
del siglo. En la Antigua Grecia se colocaban notas en las puertas de las
bibliotecas, advirtiendo a los lectores que estaban a punto de entrar en un
lugar de curación del alma. Y el filósofo estoico Epicteto afirmaba que la
lectura equivalía al entrenamiento de un atleta antes de entrar al estadio de
la vida, y que su propósito final era el de alcanzar la paz suprema. En el
siglo XIX, psiquiatras y enfermeras les recetaban a sus pacientes toda clase de
libros, desde la Biblia, pasando por literatura de viajes, hasta textos en
lenguas antiguas.
El
uso de los libros como forma de curación empezó a extenderse después de la I
Guerra Mundial, sobre todo en los Estados Unidos. Allí, varias iniciativas
empezaron a recomendar libros a los soldados que retornaban, muchos de ellos
con estrés postraumático, en un intento por mejorar su convalecencia. Por
cierto, que las deliciosas novelas de Jane Austen eran las más recomendadas
porque, al parecer, hacían olvidar a los combatientes el olor de la pólvora y el
ruido de las bombas.
Más
recientemente, hace un par de años,
otro estudio sostenía que leer las novelas de Harry Potter hacía que los
estudiantes mejoraran su actitud respecto a grupos estigmatizados como
inmigrantes o refugiados.
El
término biblioterapia aparece por primera vez en un artículo publicado en una
revista en 1916, en el que se habla de un tal doctor Bangster, que receta
libros a quien los pudiera necesitar. Y todo esto viene a cuento porque hace
unas fechas he leído la reseña de un “Manual de Remedios Literarios”, escrito por dos autoras británicas, que contiene, ordenados por índice alfabético,
proposiciones de lecturas comentadas para más de 400 dolencias, tanto físicas
como psicológicas. Los que hemos
descubierto el placer de la lectura sabemos que el libro adecuado en el momento
preciso puede cambiarnos la vida. Pero tengo curiosidad por hacerme con este
manual que promete una terapia lectora si sufres ansiedad, o baja autoestima, o
catarros frecuentes, o calvicie, o falta de apetito sexual, anginas, insomnio,
vergüenza, pesadillas, miedo a volar, estrés, dolor de espalda… Hay desde
autores clásicos hasta los más modernos, desde novelones de siempre, como
Madame Bovary, a obras de Vargas Llosa, pasando por poesía.
En fin, creo que se han quedado cortas. Que han
puesto “remedio” a 400 cosas como podrían haber puesto a 800 o a cuatro mil.
Porque los libros llevan siglos curando. Todos los libros, hasta el peor, que
cualquiera sirve para evadirnos de la prisión de nuestros días y darnos la
libertad de vivir mil y una noches distintas, en situaciones y paisajes
diferentes, en mundos que tardaríamos siglos en conocer desde nuestro sofá o
nuestra oficina.
Cervantes
decía que «en algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle un
sentido a la existencia». También inventó la Biblioterapia, aunque a su
personaje universal lo hubieran vuelto loco los libros de caballería.
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