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jueves, 26 de mayo de 2016

Desde Macondo. ERUDITOS A LA VIOLETA

Aunque solo sea por las clases de literatura del Instituto, seguro que muchos recordaréis  la obra de Cadalso titulada ”Los eruditos a la violeta, un ejemplo de sátira contra ciertos personajes de la España del siglo XVIII,  que, a pesar de su formación superficial y de no saber  prácticamente nada, pretendían dárselas de ilustrados. De hecho, el librito llevaba un aclaratorio subtítulo “Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco”.  Las lecciones pretendían, por supuesto, que los alumnos se lucieran en sociedad .
      Pues han pasado casi tres siglos, y tengo la impresión de que se han levantado, como zombies, todos los eruditos de la época y alguno más, aunque no huelan a violeta, que era el perfume de moda por aquel entonces, y el que da título a la obra.  No sé si me estoy haciendo mayor y no aguanto ni una tontería más, si es que, como soy consciente de mis limitaciones me fastidia en el alma ver tanto listo, o si ya he escuchado demasiados discursos, tertulias, debates y demás.
      El caso es que me crispan los tertulianos que saben de todo e intentan demostrarlo a voces y quitando la palabra al de enfrente; me pone de los nervios el que te intenta dar una clase de Economía, o de Filosofía, por no decir de moral y buenas costumbres, que también. Y todo eso, perdonándote la vida, que para eso se dignan  repartir su erudición por teles, radios y hasta  Twitter o cualquier otra red, que también parece que la han descubierto ellos.
       No me hace falta cerrar los ojos para imaginarme a uno de esos lechuguinos perfumados dando su charla en los casinos, los cafés de moda o los salones de sociedad. Da igual que ahora lleven tablets ultramodernas o el último modelo de IPAD. Saben de todo. Y qué decir de los “asesores”, que lejos de paliar la ignorancia de sus jefes los hacen pisar un charco detrás de otro, e incurrir en clamorosos errores, que es lo que pasa cuando no se elige a la gente por criterios de capacidad, sino por otros más inconfesables.
      No ha cambiado nada. Sólo el siglo. Basta revestir a cualquier amiguete con una pátina de culturilla, un curso rápido de una semana, y listo para soltarlo al ruedo para dar lecciones, y hasta para regañarnos si se tercia.
      En esta sucesión de precampañas y campañas que dura ya más de un año, los eruditos a la violeta han crecido como hongos, tienen el mejor caldo de cultivo, saben lo que nos conviene y lo que no; lo que se debería hacer con la deuda y con el déficit, o con los refugiados, las hipotecas y hasta con las banderas.
      Y se pasean por nuestras vidas con su olor a perfume dulzón sin que tengamos medio de librarnos de ellos y de su afán por defendernos de nuestra ignorancia. Cualquier día, hasta puede que nos cuenten que han descifrado los papeles de Melquiades, el gitano de Macondo, que contaban la historia de Cien Años de Soledad.

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