Nos
abruman los papeles de Panamá, todo ese lío de sociedades offshore, de
amnistías fiscales, de entramados societarios, de trampas urbanísticas mil, de
marrullerías para no pagar y para robar hasta el aliento al pueblo llano. Nos
superan las corrupciones varias. Y juramos en arameo cuando sale otro nombre en
el Telediario, lo comentamos en el trabajo y con la familia. Mira, otro. Y ya
está. Tenemos otras preocupaciones, otros problemas más acuciantes y, al fin y
al cabo, España siempre ha sido un país de pícaros. Hasta tenemos género
literario propio, la novela picaresca,
y personajes que forman parte de nuestra intrahistoria y que, tal vez, han
dejado su ADN en nuestros genes.
¿Quién no se ha reído con las maniobras para sobrevivir del
pobre Lázaro de Tormes? O con los hurtos constantes de Don Pablos, el Buscón de
Quevedo, o con las tretas de Guzmán, el de Alfarache. Hemos admirado la pericia
del dómine Cabra para hacer mil caldos con el mismo hueso, que sumergía una y
otra vez en la marmita atado de un cordel, y hemos aplaudido el truco de
agujerear la bota de vino para beber al tiempo que el “jefe”, y gratis.
Hemos vuelto al Siglo de Oro pero, como el mundo está al revés, no
son los pobres los que engañan a los ricos. Se han vuelto las tornas y ahora
los pícaros son los poderosos (léase poder político o económico) y hasta los
alrededores de alguna testa coronada.
En el Patio de Monipodio del siglo XXI, el de Rinconete y
Cortadillo, ahora que estamos en el año Cervantes, no se sientan ya “ladrones, mendigos, falsos mutilados, supuestos estudiantes y
prostitutas”. Alrededor del pozo, junto
a las frescas macetas de albahaca toman el fresco banqueros con sueldos millonarios, después de haber engañado con
preferentes y otras artimañas a miles de personas; ex políticos que ocupan sillones
en empresas que ellos mismos han “externalizado”, que es el eufemismo para
decir privatización; se sientan quienes aplauden una reforma laboral que les
permite despedir a miles de trabajadores para “deslocalizar” su producción, es
decir, para llevar las fábricas a Marruecos o la India.. Eso sí, después de ocultar
sus millones en Suiza, en las Caimán o en Panamá, y de recomendarnos trabajar
como chinos.
Son los que piden sacrificios y dan lecciones de cómo salir de
la crisis (ellos), mientras hunden en la miseria a todo un país, los que van en
coches oficiales y niegan transporte escolar y ambulancias, porque aumentan el
déficit. Los que permiten desgarradores desahucios y acumulan inmuebles; los
que niegan subsidios a los desempleados y se colocan dietas inmorales para
aumentar su saldo a fin de mes.
Son los nuevos personajes de nuestra particular novela picaresca,
y sus aventuras, que no desventuras, no nos hacen precisamente sonreír. Los
nuevos pícaros de este siglo de vergüenza son los que aprovechan la crisis para
ofrecer sueldos de miseria y de hambre, para rodearse de becarios que trabajan
por la ilusión de cobrar algún día y de gente sobradamente preparada que
necesita hasta el último céntimo de lo que le quieran dar.
Mientras, el pueblo pasa hambre y frío, como en la España del
Siglo de Oro, y no le quedan tretas que buscar para sobrevivir.
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