Siempre me han gustado los anuncios. Es
más, a veces me parecen lo más divertido de una película o de cualquier
programa. Me encanta comprobar cómo han
evolucionado, cómo cambian los mensajes, seguramente al tiempo que cambiamos nosotros,
esas formas a veces pícaras, o zafias o sensibleras de tocarnos la fibra, de
hacer que cale el producto, el consejo o la recomendación. Con puestas en
escena rebuscadas o de lo más simple, pero con creatividad.
¿Quién no ha pasado una buena tarde
recordando con amigos o familia esos anuncios de cuando éramos pequeños y todo
lo que salía de la tele era mágico? Los del ColaCao, o el Centenario Terry, con
la chica corriendo a caballo por la playa, pero también los anuncios del
Gobierno, que se decía entonces. Son imágenes, y mensajes, que no se borran por
mucho tiempo que pase.
"Mantenga limpia España",
"Cuando un monte se quema, algo tuyo se quema" o a un responsable
Serrat cantándonos eso de "todos contra el fuego, tu lo puedes
evitar", o el "Contamos contigo" para fomentar el deporte,
"Ahorre energía, aunque usted puede pagarla, España no puede",
"El no lo haría", sobre el abandono de mascotas, "pezqueñines,
no gracias, debes dejarlos crecer", "Todos los días un plátano, por
lo menos" , la musiquilla machacona del "Yo sí, yo sí como patatas", contándonos las bondades del sufrido tubérculo en época de escasez de tantas cosas, o el muy comentado consejo de "Póntelo, pónselo". Sin
olvidar otras más prosaicas como "Si quieres más por tu dinero, llama, el
Tesoro responde".
Y “Hacienda somos todos”, que es dónde
quería llegar. Llevamos diciendo la frasecita la friolera de casi 40 años,
porque tal vez no recordemos que éste fue eslogan publicitario de los primeros años de
la democracia, cuando todas las fuerzas políticas
acordaron las líneas básicas de los impuestos, basando los ingresos del Estado
en principios de justicia fiscal y haciendo que cada uno contribuyera al
sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica.
No es que lo creyéramos a pies
juntillas, que siempre hemos pensado que Hacienda somos unos más que otros,
pero lo que jamás hubiera pensado es que, con el único fin de salvar a una
Infanta de dudoso (para quien lo dude) comportamiento, toda una abogada del
Estado, sí, del Estado que somos todos, además de la señora Urdangarín, pudiera
decir sin despeinarse que “ésta es una expresión
que fue creada en su día para el ámbito publicitario y no puede ser aplicado al
derecho”.
Se nos ha caído un mito.
Ha sido tan duro como descubrir que los Reyes Magos son los padres, o que no
hay un ratoncito Pérez que conserve amorosamente las piezas dentales que
perdemos.
Entre la indignación, el
cabreo, la tristeza y la impotencia que da la certeza de haber perdido algo más
que un slogan, ganas de dan de pasar de todo y, cuando llegue mayo, recordarle
a Hacienda que hubo otro anuncio muy famoso: “A mí, plin. Yo duermo en Pikolín”.
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