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miércoles, 1 de octubre de 2014

Desde Macondo. TIEMPO DE BERREA


Hace mucho tiempo, cuando pasaban cosas con letra, y no sólo con número, tuve ocasión de disfrutar del espectáculo de la berrea del ciervo.  Nunca antes había visto algo igual. Ni oído. El lamento de los animales y el sobrecogedor ruido de los cuernos chocando en peleas casi siempre incruentas, pero impactantes.

      Como urbanita que soy, me mantenía a una distancia prudente de los imponentes bichos, por si algo de su furia me salpicaba. Son animales esquivos y solitarios (Bambi es sólo de película), y no suelen permitir que se acerquen extraños. Mi ignorancia del mecanismo hormonal de los cérvidos se puso de manifiesto cuando el guarda de la finca me dijo eso de "no se preocupe, no la ven. Ellos están a lo suyo". Y lo suyo, por supuesto, era perpetuar su especie, conseguir el mayor número de cópulas, luchar por su territorio y asegurarse el futuro.

     Dirá quien se entretenga en leer estas disquisiciones que a ustedes qué les importa la vida sexual de los venados. Y tienen razón. Tampoco a mi me importaría demasiado, si no fuera porque la imagen de los ciervos berreando, y la sentencia del guarda me recuerdan machaconamente la realidad que estamos viviendo.

      Unos a lo suyo, berreando en distintos tonos, según convenga, y los demás, simples espectadores de una guerra que no es la nuestra, que no nos asegura el futuro, ni tan siquiera el presente, porque somos meros trofeos del ganador. Sin más.

      Chocan los cuernos y el eco nos habla de deuda, de déficit, de Constitución, de desafíos soberanistas, de Cataluña, de reparto de poder en Europa, de brotes verdes o amarillos, de Presupuestos que consolidan una recuperación más falsa que Judas.

      Ya veis, con todo lo que está pasando y yo acordándome de los ciervos, mire usted por dónde. En plasma o en directo veo a los gobernantes impasibles, concentrados en sus luchas internas, en la defensa de su estirpe, marcando su territorio, embistiendo al de enfrente con impactante choque de cuernas.  

      A su lado, ahí mismo, el paro aumenta por segundos, a la misma velocidad que el hambre y la desesperación, el futuro, entendido como progreso, se ha caído del diccionario, y el miedo campa por sus respetos. Como los ciervos en la berrea, no ven nada. O no les importa, que es peor.   Y una echa de menos un sabio hombre de campo que le explique qué está pasando.

      En Macondo no hay ciervos. Ni berrea. Sólo suena la risa franca de Petra Cotes, la mulata exuberante que exasperaba a la naturaleza, y hacía que sus yeguas parieran trillizos, las gallinas pusieran dos veces al día, los conejos se multiplicaran y los cerdos engordaran con desenfreno. Sin topetazos estúpidos ni berridos estériles.

 

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