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miércoles, 16 de julio de 2014

Desde Macondo. EL SMI


No es el salario mínimo que tanto molesta a los sufridos empresarios de este santo país; y tampoco es una letra bailada de ese Fondo Monetario al que le estorbamos los pobres, los parados y, en general, quienes comemos, enfermamos, llevamos a los niños al cole y esas cosas que hacemos los simples mortales con el único afán de molestar a los poderosos. Y que acaba de pedir, por enésima vez, que se recorten los sueldos.

Ya sé que los empresarios son de otro planeta, y que la señora Lagarde nunca leerá estas líneas. Y en ambos casos, cuentan con prestigiosos economistas que les presentan sesudos estudios.

Dios me libre a mí, que soy de letras y de pueblo, de contradecir a tan doctos eruditos. No llego a entender un cuadro macroeconómico, ni a interpretar un gráfico. Si acaso, a “echar las cuentas” que es lo que hacemos la gente de a pie. Y se las voy a echar.

Tras congelaciones varias, el salario mínimo es en España de 645,30€. Y son cientos de miles de trabajadores los que lo cobran. No voy a hablar del caso extremo de una familia con dos o tres churumbeles que tengan que vivir treinta días cada mes, algunos treinta y uno, con tan enorme cantidad. Voy a lo facilito. Pongamos el caso de una persona soltera, sin nadie a su cargo, sin vicios conocidos, alcohol, tabaco, unos días de vacaciones y una caña los domingos incluidos. Pongamos que vive bajo techo, más que nada por soportar los rigores del clima y poder rendir en el trabajo. Y que ese techo, en forma de alquiler o de hipoteca, le cuesta como muy poco 300€ (me estoy pasando de prudente). Que aunque no tiene aire acondicionado o calefacción, enciende de cuando en cuando el ventilador o un radiador. Y se calienta el café y la comida. Hasta ve la tele, que salir a la calle cuesta dinero. Ya tiene un mínimo de 100€ de luz. Digo mínimo, porque sé que me quedo corta.

Con los doscientos euros que le restan de ese exagerado salario que debe ser recortado sí o sí, tiene que pagar el agua, la basura y demás impuestos, tiene que comer, pagar el transporte, sustituir los zapatos que se han roto o la lavadora que ha dicho hasta aquí llegamos. Y comprar las aspirinas, el almax y el jarabe de la tos, que ya no entran en la Seguridad Social. Y hacer en Navidad un regalo a los suyos.

Todo eso, sin coche, seguro de la casa, sin arreglarse la boca, que ya va siendo urgente e inevitable, y sin que surja un imprevisto en forma de avería eléctrica, baño atascado o cristal roto.

Estas son las cuentas que hay que echarles a unos y otros. Quizá es que nadie se lo ha explicado así. Quiero creerlo, porque de otra forma, sólo queda una alternativa: pensar que, directamente, no tienen alma. O que se creen señores feudales con derecho sobre la vida y la muerte de sus súbditos y que han instalado el Salario Medieval Interprofesional. Como cuando en Macondo se instaló la compañía bananera.

 

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