Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Desde Macondo. FILÍPICAS

No va a ser esto una “censura o reprensión extensa y dura contra alguien”, como el diccionario define el término que titula el artículo. Ni es lo mío censurar ni que quedan fuerzas para abroncar (como se merecen muchos), a nadie. Viene esto a cuento porque a Macondo llegan puntualmente, como gotas malayas que van minando la paciencia y el entendimiento, las pomposas declaraciones de gobernantes varios, que hacen añorar los discursos, las filípicas, de Cicerón o Demóstenes.
          Y más que los vamos a extrañar, una vez certificada la muerte de la Filosofía( y la decadencia de la Historia y la Literatura), por obra y gracia del ínclito Wert. Ni en el remoto Macondo, entre los silencios del coronel Buendía y los trajines de Úrsula en la cocina, está una a salvo de escuchar que los mercados no son gilipollas, que dar competencias a la seguridad privada es fortalecer el mercado de trabajo, que Hacienda estaba llena de socialistas o que es emocionante pisar el estadio donde España se proclamó campeona del mundo en fútbol. Con Mandela de cuerpo presente, que ahí está el mérito de la frasecita. Dicha por un presidente. Más mérito.
           Ha hablado un presidente. O un ministro/a, da igual el nombre o la cartera (oído uno, oídos todos), o un consejero de Sanidad o un presidente (a) autonómico. Firmes o balbuceantes. En neolengua liberal o en castellano de siempre. Y hasta en catalán. Y sigo pensando en Demóstenes. Era capaz de elaborar discursos en el lenguaje más elegante y en la prosa más sencilla. Dicen los entendidos, que el secreto de su éxito era la coincidencia entre lo que pensaba y lo que decía, sus firmes convicciones sobre la libertad y la democracia.
          E hizo los mayores esfuerzos por transmitir sus ideas de la mejor forma posible. Estudiaba incansablemente, solía hablar con piedras en la boca y recitar versos mientras corría. Para fortalecer su voz, hablaba en la orilla del mar por encima del sonido de las olas. El mejor orador de la Historia, y que además, pensaba. Lo estudié en Filosofía, en el Instituto.
          Y todo cobra sentido. Si no se estudia filosofía, el amor por la sabiduría, el compendio de más de dos mil años de pensamiento, a la vuelta de unos años, nadie podrá comparar discursos. Nadie notará la mediocridad ni tendrá elementos de juicio para añorar tiempos e inteligencias mejores. Ahí está la explicación. El gobernante de turno, el Filipo que nos toque, se irá de rositas. Sin filípica que afee su conducta, sin frases bellas que afeen las simplezas con que nos obsequian a diario.
          Ya no habrá quien descifre, como en Macondo los pergaminos de Melquiades que contaban la historia de Cien Años de Soledad.

2 comentarios:

  1. Mari Ángeles, una vez más, "chapeau".

    Un abrazo.

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  2. ni Filosofía, ni Biología, ni Literatura, ni...Basta con que se consigan ciudadanos dóciles como corderos que se entusiasmen con que la Patria gane alguna que otra competición(deportiva, claro) y consuman cuando les digan, y dejen de hacerlo cuando los administradores internos y externos consideren oportuno. A este paso, ni la Economía va a valer la pena, no vaya a ser que algún alumno aventajado le quite el puesto al ministrillo de turno

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