Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Desde Macondo. CARTAS AMARILLAS

Pensando pensando qué escribir sobre la Constitución, que cumple mañana 35 años, me he sorprendido tarareando las Cartas Amarillas que cantaba Nino Bravo. Y busqué entre tus cartas amarillas, y mis brazos vacíos se cerraban aferrándose a la nada intentando detener mi juventud…Qué cosas tiene la mente. Asusta porque va de por libre y te marca el camino y así, por su cuenta, pone un titular al artículo. Cartas Amarillas cuando quisieras poner Carta Magna, Ley de Leyes, Norma Fundamental, Pilar de la Democracia. En fin, no les quepa duda de que todas estas definiciones, y más, van a leer y escuchar en los mil y un actos que se celebrarán a lo largo y ancho de la geografía patria.
           Se hablará de vigencia, incluso de necesidad de reforma. De autonomías y de la Corona, de lealtades y deslealtades. Se cantará el himno nacional, se soltarán palomas blancas…Y hasta el año que viene, en que recibiremos otra carta amarilla.
          Por razones de oficio, durante un cuarto de siglo de vida laboral, y antes en la de estudiante, he mantenido un estrecho contacto con la Constitución. La he manoseado, desmenuzado, la he leído de principio a fin, los derechos, los deberes, las garantías, título a título, desde el prefacio al refrendo. Conozco, casi de memoria, cada término. Libertad, seguridad, protección a la infancia, a la juventud, a los mayores, garantías jurídicas, igualdad, no discriminación, derecho a la cultura, libre expresión…
           Y hoy por hoy, sólo pienso en una carta amarilla, gastada por el tiempo y el desuso. Una de esas cartas de un antiguo amor que prometía fidelidad eterna, pasión sin límites, entrega incondicional…y que se despidió a la francesa rompiéndote el corazón y el futuro. Guardas la carta para mortificarte, para imaginarte lo que podría haber sido y no fue. Para recordar tiempos felices, de esperanza, de seguridad. Esos tiempos en que pensabas que, bajo ese paraguas estabas a cubierto, por muy fuerte que fuera el chaparrón.
           Vuelves a hojear la Constitución para comprobar cómo se ha oscurecido, como amarillean sus páginas y cómo cuesta ya leer las palabras hermosas que te cautivaron en su juventud. Han escrito sobre ellas, las han reinventado, dejando un borrón donde antes había luz, donde competían sanamente los términos más hermosos del diccionario. Libertad, igualdad, paz, justicia social…
           Desde aquella maldita modificación, con agosticidad y alevosía para incluir el techo de déficit de  nuestros dolores, la Ley de Leyes es una simple carta amarilla en la que ya no puede leerse derecho al trabajo, a un salario suficiente, a vivienda, igual acceso a la educación, la sanidad o la justicia. A una vida digna. A una dosis mínima de alegría que palie tantas tristezas.
           Y mi mente, que vuelve por sus fueros, recuerda otra Constitución, el efímero texto redactado por las Cortes de Cádiz en 1812. Si yo tuviera que redactar un texto constitucional sólo escribiría un artículo, a modo de consejo a gobernantes:“El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. Artículo 13.
Esa carta nunca se pondría amarilla.
 

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