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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Desde Macondo. SUPONGAMOS QUE LLEGA DICIEMBRE

        Lleva unos días asomando discretamente por los cristales de la ventana pidiendo paso, sin atreverse a hacer mucho ruido. Sin significarse. Pero ahora está aquí, golpea la puerta con contundencia, porque es su tiempo. Supongamos que abrimos la puerta a diciembre. No podemos hacer otra cosa. Es su momento. 
          Supongamos también que, como siempre en el Macondo perdido, diciembre trae la llave que permitirá abrir la puerta del consumo. Centros comerciales a tope, anuncios de juguetes y perfumes, marisco para aprovisionarse antes de las fechas clave, adelante sus compras navideñas o “¿aún no ha pensado que cenará en Nochebuena?”. Supongamos que los turrones vuelven a casa, y las muñecas ponen rumbo al portal; que Papa Noel abrillanta el trineo y los Reyes enjaezan los camellos para el largo viaje. Y que se desempolvan los discos de villancicos y salen del baúl espumillones y ese pino de plástico que tanto adorna convenientemente cargado de bolas y luces.
           Supongamos que, como dice un chiste que circula por ahí, este año habrá blanca Navidad y no Navidad sin blanca. Todo será como siempre.
           Y supongamos que la fiebre de las compras empieza con el mes, con el diciembre que amenaza con tirar la puerta abajo si no le abrimos. Más de uno cerrará su casa con cuatro candados para que no entre el nuevo mes. Para que sus luces de gas no alumbren la oscuridad, a veces terapéutica, y para que el recuerdo no haga más difícil enfrentarse a la realidad.
           Tras los datos de la caída del consumo que nos cuentan cada mes, que nos contaron ayer mismo, hay caras y hay dramas. No hay lugar para el mes de las compras, de la alegría, de la ropa interior roja o el brindis con champán (debería decir cava, pero estoy intoxicada de Cataluña, sin tener nada contra ella). No veo en el horizonte la estrella ni  a ningún arcángel regocijado que nos anuncie buenas nuevas.
          Aureliano Segundo y Petra Cotes, tras el diluvio, pasaban las noches haciendo y deshaciendo montoncitos de monedas, quitando esto de aquí para ponerlo allá y sin embargo, “los ángeles de la guarda se le dormían de cansancio mientras ponían y quitaban monedas tratando de que siquiera les alcanzaran para vivir”.
          Supongamos que es diciembre en Macondo, y que los ángeles están alerta.

 

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