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jueves, 25 de octubre de 2012

Desde Macondo. EL UMBRAL DE LA RIQUEZA

           Siempre ha habido ricos y pobres. Faltaría más. ¿Quién no lo ha dicho alguna vez? Claro, que lo decíamos como un refrán, como una frase hecha, sin plantearnos siquiera el significado real de las palabras. Y sin pensar, por supuesto, en umbrales de riqueza. De pobreza, mucho menos. Qué vestido, o qué coche o qué reloj más bonito. Tú que puedes. A ver, siempre ha habido ricos y pobres.
Ricos de mentira y pobres igualmente falsos. Pero eso era antes. Cuando no sabíamos que los millonarios se han multiplicado desde que comenzó la crisis, y que siguen aumentando los millones.
            Y que casi  uno de cada cuatro españoles es pobre, entendiendo por pobre el no poder satisfacer sus necesidades básicas (léase comer, calentarse, vestir decentemente o enviar a sus hijos a la escuela con el material requerido).
           Todos sabemos en qué parámetros se mueve el umbral de la pobreza, pero desconocemos el de la riqueza. Se toma como base el salario medio (no el mínimo, que ya es ciencia ficción), y se descuenta un sesenta por ciento para saber quiénes son pobres y poder dar esas aterradoras cifras de casi el 25 por ciento.
           Pero nadie nos cuenta el umbral de la riqueza, cuantos millones hay que tener para hablar de ricos, cuántas amnistías fiscales, capitales evadidos y tributaciones de risa hay que acumular para entrar en el club de los elegidos.
           Porque ya no vale el concepto de sociedad, de nación que nos habían contado. El hombre vive en sociedad, que es un espacio para la solidaridad y la redistribución de la riqueza. Aunque siempre hayan existido ricos y pobres, porque nada es perfecto.
           Llevamos toda la vida hablando de erradicar la pobreza, de acabar con el hambre, de llegar a un gran acuerdo para que el mundo cambie. Todos hemos soltado la lagrimita, o al menos hemos hecho algún puchero, con las imágenes de la hambruna en tal o cual país africano. Y hemos seguido a lo nuestro. Ni objetivos del milenio ni leches.
           Y es que lo hemos planteado mal. No hay que sentarse a hablar sobre la pobreza, porque docenas de cumbres no han conseguido casi nada. Hay que hacer un pacto contra la riqueza para que todos podamos seguir habitando nuestra parte del mundo sin abismos insalvables, sin cruzar umbrales que nos lleven al cielo o al infierno.
           Macondo, que fue próspero y feliz, se convirtió en un lugar de aislamiento y pobreza cuando la compañía bananera desmanteló las instalaciones, y sus directivos se marcharon con las riquezas acumuladas durante años.
           Y luego vino el diluvio.
 

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