Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 18 de octubre de 2012

ANDAR TALAVERA

           Tomo prestado el título a don Eusebio Leal, historiador cubano que durante muchos años, no sé si continúa, mantuvo un programa televisivo llamado Andar La Habana. Fascinada por la ciudad, como casi todos los que conocen La Perla del Caribe, adquirí unas cuantas cintas de vídeo recopilatorias de los programas y, amén de la pésima calidad, vi otras muchas cosas. No era un recorrido por el casco histórico con explicaciones sobre cada monumento o cada rincón; tampoco un panegírico de las restauraciones emprendidas por la revolución (y por la UNESCO), ni un tour turístico por el antiguo esplendor de la capital caribeña.
           Vi, ante todo, a un hombre andando y viviendo su ciudad. Y contagiando su entusiasmo por ella, por cada casa colonial o palacio recién recuperado, sí, pero también por cada socavón, empredrados sueltos o calles a medio asfaltar.  Por esa decadencia hermosa de La Habana que engancha con su curiosa mezcla de glorias pasadas, de presente duro y de futuro incierto.
           Viene esta larga introducción a cuento de la NO, y lo pongo con mayúsculas, apertura al tráfico de la calle Trinidad, quizá una de las calles más “andadas” de Talavera. Y escribo con alivio tras conocer que se ha impuesto el sentido común en tiempos en los que la necesidad hace que sea el menos común de los sentidos. No sé a quién se le puede ocurrir que las ventas van a subir como la espuma en una calle cortita y rodeada de parking por todos los lados, por el hecho de permitir el acceso a vehículos, de robar un espacio a los peatones, a los ciudadanos, que es tanto como robarlo a la ciudad.
           Estamos tan inmersos en la prosa que hemos olvidado la poesía. Queremos vender y hemos olvidado comprar. Los ciudadanos tenemos que comprar nuestro espacio, andarlo y vivirlo, saber apreciar la armonía que confiere a las ciudades el compromiso de sus habitantes con un entorno por el cual exhiben orgullosos su sentido de pertenencia.
          Andar la ciudad es quererla, desde la muralla al río, desde la Plaza del Pan a la de España, que no es ni plaza, del Prado, bello y señorial a La Alameda, fea, mal trazada y sucia de botellón, de San Francisco y Trinidad, refugio de paseantes, a la antigua N-V, siempre con coches en hilera.
           Una ciudad  paseable, evitando las baldosas levantadas y algún que otro parche en el asfalto, es un lugar para la gente. Porque los coches no tienen alma, no pueden arrimar el hombro, en un momento dado (y éste se da), para salir del pozo, para recuperar glorias pasadas, y no sólo en forma de monumentos.
           Han pisado estas calles muchas generaciones de talaveranos de nacimiento o adopción. Camino a casa, al trabajo, al pueblo, al rato de asueto, a la conversación para arreglar el mundo pero, sobre todo, de paso hacia el futuro, que nunca es la marcha atrás.
 

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