Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

domingo, 5 de septiembre de 2010

Colecciones

Bueno, pues ya hemos vuelto (llevo una semana, pero no he tenido tiempo de aparecer por aquí). He vuelto yo, que soy lo de menos, ha vuelto septiembre, el inicio del curso y...¡TA CHAN...! Han vuelto las colecciones.
No sé por donde empezar a escribir. Están todas aquí, en mi cabeza, procedentes de la tele, de la radio, de los periódicos y de un par de revistas. Giran, se mueven , todas quieren ser las primeras, ocupar sitio preferente en este espacio, en las vitrinas, en los aparadores. Los camiones de antaño avanzan decididos desplazando a los abanicos de grandes diseñadores, que aletean airados, aunque con la confianza que da tener mueble propio, que también se colecciona. Suenan las sirenas de los barcos de guerra, y los gritos de los soldados de la Segunda Guerra Mundial , impecable formación en el mueble del salón Ya no hay paredes para albergar los cuadros de punto de cruz, realizados con lo aprendido en los fascículos coleccionables de hace un par de temporadas. La casa de muñecas cría polvo y pelusas en el trastero, junto a media docena de cajas que contienen la Guerra Civil Española, las Fiestas populares y la Historia de Egipto.
En fin, que empieza la temporada, y otro año más que no me decido, que tengo que decir con vergüenza eso de "yo nunca he coleccionado nada". Ni cromos, ni recortables de muñecas, ni chapas, ni canicas ni conchas de la playa. Ni tan siquiera las películas o libros que vienen con el periódico que compro a diario. Siempre sucumbo a la cara de circunstancias del kiosquero que me pide el cupón para un cliente de toda la vida (como sin yo fuera de anteayer).
Y sigo sin colecciones e imaginando con envidia cómo debe ser eso de esperar al lunes para que te den el próximo abanico o el cañón del barco o la chaisse longue de la casita de muñecas o el hilo rojo de seda para hacer un angelote de petit point.
Mientras me decido, almaceno sonrisas, experiencias, amigos, sensaciones, ilusiones, esperanzas... No lucen en las vitrinas, es verdad, pero ocupan su lugar en mi vida. Y no acaban con el final del curso.

1 comentario:

  1. Cuando las novelas se fragmentaron nació el folletín, y después se emitieron "por entregas". El lector fue acostumbrándose a esperar, periódicamente aparecía una nueva parte que debía compilar para formar el todo.
    Y hoy el kiosco rebosa de todo aquello que por divisible se ha convertido en coleccionable (de un curso de lo que sea se publican sucesivas lecciones, de un periodo histórico se publica década tras década, para una maqueta de avión se envía pieza tras pieza, etc).
    Al comienzo del curso o al comienzo del año (quizá por rellenar el vacío en el ocio que provoca el final de vacaciones o por el tirón de empezar algo de nuevo) la TV nos invita a buscar entre fascículos apiñados qué hay de nuevo en la jungla del papel acumulable. Soldados, novela negra, trucos de belleza, miniaturas, manualidades, ocultismo, cine cómico...
    ¿El coleccionable crea al coleccionista? No, tan sólo origina recopiladores afanosos de no perder ni una de las partes del lote, de obtener el premio de terminar lo que se empieza, de asumir una pauta teledirigida. Porque el auténtico coleccionista es un ser de otro mundo.
    Walter Benjamin ya detectó sus peculiaridades. Escribió en 1937 "Eduard Fuchs: historia y coleccionismo", ensayo motivado por su encuentro con quien poseía la colección de caricaturas, arte erótico y cuadros de costumbres más importante de la época. En su libro fue destilando las complejidades de la psicología del coleccionista: poseedor de objetos a los que otorga una particular escala de valor muy distinto del monetario, buscador obsesivo, celoso guardián de su tesoro, implicado en alma con cada uno de sus objetos, un individuo adscrito a un pathos (sufrimiento y pasión) que lo sitúa "entre las minorías más excéntricas y complejas de la sociedad".
    Pienso en los coleccionistas de cerámica, tan cercanos, a los que tanta cultura debemos, y brindo por su inestimable excentricidad.

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