No sé si será la estación, con esos
episodios de melancolía, de desgana, de apatía, que los entendidos llaman
“astenia primaveral”. O el olor a incienso y cera, el lamento de los tambores y
las imágenes de caras doloridas, flanqueadas por espectros con capuchas de
colores pardos que pueblan nuestras calles en la semana que nos ocupa.
O
la muerte, más absurda que nunca, que nos ha visitado estos días en personas
conocidas y demasiado jóvenes para dejar la vida, o en cuerpos anónimos en
Estocolmo, en San Petersburgo, en Egipto, en Siria…
El
caso es que la memoria me ha traído de vuelta unos versos de uno de mis poetas
de cabecera, León Felipe: ¡Qué lástima/que no pudiendo cantar otras
hazañas/ venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!”. Por su
puerta pasaba todo, “Todo el ritmo de la
vida pasa/por este cristal de mi ventana…/ ¡Y la muerte también pasa!”. Pero
seguía escribiendo de lo que le dolía, de la guerra, del éxodo, de los cuentos
que nos cuentan, ahora y siempre, de la Justicia, representada en la armadura
abollada de Don Quijote.
Las
cosas de poca importancia son, en definitiva, las que nos mantienen vivos, las
que nos hacen querer y ser queridos, mantener un mundo que se desmorona y no se
parece en nada al que conocimos y al que soñábamos con conocer un día. Un mundo
en el que el hombre, y sus circunstancias, fueran lo primero y lo más
importante, más allá del dinero, de los Mercados, de las grandes cifras que no
comprendemos, o que entendemos demasiado bien.
Es
Semana Santa. Ha bajado el paro y han mejorado las cifras de empleo. El PIB,
que nunca nos explican bien, sube a niveles previos a la crisis y el
crecimiento del país se sitúa a la altura de los mejores. Muy importante, sin
duda. Un gran logro de los que nos gobiernan y se felicitan por sus hazañas.
Pero
vuelvo a las cosas de poca importancia. A los datos que revelan que hay
millones de españoles pasándolo realmente mal, con empleo o encuadrados
directamente en la categoría de “trabajadores pobres”, que es la que pita en
estos momentos; a la brecha salarial entre hombres y mujeres, que empeora con
los años; a las pensiones, que menguan según crece la inflación; a la
desigualdad creciente que ha abierto ya un abismo insalvable y que sigue
haciéndose más profunda día a día, porque los que nos dirigen están sólo para
las cosas importantes.
¡Qué
lástima! No me inspira la primavera, ni las vistosas procesiones, ni las bandas
de música que las acompañan, ni el entusiasmo por las previsiones de
crecimiento, ni caminar por la pomposamente llamada “senda de la recuperación”,
ni el espectacular aumento de la riqueza en España, esa que mide el PIB, más
falso que Judas.
Será
que, como el poeta, estoy condenada a contar cosas de poca importancia.
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