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jueves, 5 de junio de 2014

Desde Macondo. CONTIGO, EN LA DISTANCIA


No es el título del famoso bolero de los años cuarenta. Ni le sobra la coma. Es, simplemente, lo que nos pasa, la raíz de casi todos nuestros males. Si estuviéramos en el siglo XVIII, en el Despotismo Ilustrado, lo definiríamos con una sola frase: “Todo por el pueblo, pero sin el pueblo”. Con todos los matices, claro, que existen las cuentas suizas y los paraísos fiscales.

Y si estuviéramos en Macondo, recordaríamos ese episodio del regreso triunfal del coronel Buendía, cuando, borracho de poder, decidió trazar un círculo de tiza a su alrededor para que nadie se le acercara demasiado, a menos de tres metros. En el centro de este círculo que sus edecanes trazaban dondequiera que él llegara, y en el cual sólo él podía entrar, decidía con órdenes breves e inapelables el destino del mundo.

Los tiempos han cambiado. Y las formas. La tiza ya no se lleva; ahora hay vallas y antidisturbios; hay partidos y aparatos; hay Gobiernos empeñados en hacernos tomar la más amarga medicina insistiendo en que es por nuestro bien, cuando su remedio nos está agujereando el estómago, bloqueando los riñones e intoxicando el hígado. Pero eso no cuenta. No contamos.

He recordado el círculo de tiza del coronel este mismo fin de semana, con ocasión del Día de Castilla-La Mancha, que seguí por televisión. Calles cortadas en un radio enorme que no hay tiza que lo dibuje, una menguada comitiva de políticos encantados de haberse conocido y un acto institucional en el que todos se han felicitado de lo bien que lo están haciendo y de que el pueblo los quiere. Ese pueblo que no ha podido acercarse ni de lejos, que las vallas son más contundentes que las rayas pintadas en el suelo. La distancia ya no se mide en metros, se mide en años luz.

Han pasado apenas dos semanas de unas elecciones en las que todos se han afanado en entonar el “Contigo”. Todos en la calle, en la tele, en los periódicos, en la radio. Estamos juntos en esto. Vótame.

Y a la vuelta de unos días, paisaje después de la batalla, un panorama desolador. Como antes, como siempre. Unos y otros, vencedores y vencidos, se retiran a sus cuarteles para estudiar la estrategia que les permita seguir ahí. Se acabó lo que se daba, hasta la próxima cita electoral. Como en la peor forma de oligarquía, en la que el poder se transmite por la sangre (o por disciplina de partido) y por influencias económicas.

Todos al círculo de tiza, y fuera quedamos los demás, lamiéndonos las heridas.

Otra vez la distancia. Enorme, mayor cada día. Distancia con los políticos, con las instituciones, con los que mandan, con los que recetan salarios de hambre desde cómodos sueldos que multiplican varias veces los de la gente de a pie; con los que hablan de sacrificios para ganar un futuro que tienen más que asegurado, cuando el resto chapoteamos en el presente sin línea del horizonte a la vista.

Ha ido creciendo la distancia al tiempo que la pobreza y la desigualdad. Y la falta de vergüenza. Y la desfachatez. Poco a poco, el círculo se convierte en una fortaleza inexpugnable. Los altos muros impiden ver el exterior y dentro… Dentro no salpica nada de lo que sucede en el mundo. Y el mundo les queda cada vez más lejos.

En pocos meses volverán a entonar el bolero: Contigo en la Distancia. Y por unos días, quitarán la coma.

 

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