Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

domingo, 20 de abril de 2014

FIESTA EN MACONDO


“Macondo era, en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto”

Hay fiesta grande en Macondo. Los gitanos han sacado sus mejores galas, sus inventos imposibles, su música y sus colores. No llueve, y el sol se refleja en la casa de los espejos; Úrsula está en la cocina preparando un millón de platos y el coronel Buendía ha hecho un alto en su eterno trabajo de moldear y fundir pececitos de oro. Remedios la Bella ha bajado del cielo ofreciendo sus flores amarillas para la ocasión, y la exuberante Petra Cotes, repartiendo vida por doquier, ha multiplicado hasta lo indecible el número de palomas blancas de las nubes.
        El padre Nicanor ya no levita y hasta José Arcadio se ha desamarrado del castaño. Han revivido los 17 Aurelianos y  Santiago ha burlado la crónica de su muerte anunciada; la abuela desalmada acaricia a la cándida Eréndira y el coronel, al que nadie escribía, recibe un aluvión de cartas. El otoño del patriarca se ha tornado en primavera y el naufrago del relato ha avistado tierra. Fermina y Florentino ya no tienen que esperar 53 años, 7 meses y 11 días, con sus noches, para vivir su amor en tiempos del cólera.
        Gabo ha llegado a Macondo al fin, y lo ha hecho por sorpresa. Ha llegado a la vida mientras en este lado nos afanamos en revivir la pasión y muerte de Cristo. Ha arreglado sus cuentas al estilo de Macondo, directamente con Dios, sin intermediarios.
        Sabedor de que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra, se ha parapetado en su paraíso particular para, desde allí, seguir dirigiendo a su larga lista de personajes increíbles, mágicos, sorprendentes. Aquí nos deja, sin ayuda para descifrar esos ininteligibles manuscritos que componen nuestro mundo, del que tantas veces nos ha sacado.
        Lejos ya de este mundo vulgar, Gabo descansa por fin en Macondo en el lugar en que  nacieron niños  con una cola de cerdo, el agua hervía sin fuego y algunos objetos domésticos se movían solos; donde hubo una peste de insomnio y otra de olvido y los huesos humanos cloqueaban como una gallina; y un niño  lloró en el vientre de su madre, y el cura levitaba al tomar una taza de chocolate y otras ascendían a los cielos mientras doblaban las sábanas y una abuela desalmada conseguía que su nieta se acostara cada día con 70 hombres.  Y no había cementerio, porque no había muerto nadie.
        Tampoco él. Resucitará cada vez que alguien, en cualquier lugar del mundo, se asome a uno de sus libros. Seguirá aquí para siempre. De cuando en cuando regresará a la vida porque, como el gitano Melquiades, no soportará la soledad de la muerte.
        Y nosotros,  sin él, tendremos más difícil soportar la realidad.

3 comentarios:

  1. Hermoso homenaje, María Ángeles. Gabo lo habrá agradecido allá donde se encuentre.

    Un abrazo.

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  2. Gracias, Antonio. Nunca podré aproximarme, ni de lejos, a todo lo que me ha aportado en mi vida profesional y personal.

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