Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 27 de septiembre de 2012

Desde Macondo. TRISTIGNACIÓN

       Me viene a la cabeza-vaya usted a saber por qué-un libro de poemas que leí hace mucho tiempo, cuando el tiempo era para buscar y descubrir. Era un libro extraño de principio a fin, de esos que costaba trabajo terminar pero había que hacerlo, por aquello de ser progre y entender las vanguardias. Trilce, de César Vallejo.
       Y viene a cuento por el título. Trilce es un vocablo inexistente con muchos significados, aunque se da por cierto que es la fusión de “triste” y “dulce”, producto del estado de ánimo del autor, en periodo de entreguerras, con muchos problemas laborales y personales, y recién salido de la cárcel por agitador.
       Si hoy, desde Macondo, hubiera de escribirse un libro de nombre inventado, creo que el título sería Tristignación, la mezcla perfecta entre tristeza e indignación que nos invade y que se ha hecho dueña y señora de todas las demás sensaciones.
       Creo que es tristignación lo primero que siento cada día al levantarme; que es tristignación lo que veo en las caras de cuantos me cruzo por la calle, de los que comparten un café, de los que se dirigen al trabajo o a la nada, de los educadores y los educandos, de los enfermos y del personal sanitario, de los que hacen cola en las oficinas de empleo y de quienes los atienden junto a una ventanilla en la que reza “Empleado despedido. No a los recortes”  (lo vi ayer con mis propios ojos); de los que rodearon el Congreso y los que trataban de evitarlo.
       La tristignación, con todo, no es el peor estado de ánimo. La tristeza en la mirada permite que, de cuando en cuando, se encuentre en  los ojos un brillo furioso, el de la indignación, que nos cuenta que no todo está perdido. Eso sería resignación, y no cabe en mi palabra inventada.
       El coronel Buendía perdió su futuro cuando, tras las 32 guerras libradas, se encerró para siempre a elaborar pececitos dorados, con la tristeza y la indiferencia como única compañía. Aureliano Triste, uno de sus 17 hijos ilegítimos, consiguió librarse de su apellido, de su infancia sin padre y hasta del color oscuro de su piel, que le señalaba como bastardo. Inasequible a la tristeza y al desaliento, concebía los proyectos más desatinados como posibilidades inmediatas. Y llevó a Macondo la bombilla y el ferrocarril.
       La tristeza perdió la batalla.
 
 

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