Metidos en la vorágine del verano, con sus vacaciones, sus playas, sus
incendios, sus operaciones retorno-salida, y en nuestras cosas, sin gobierno,
con listeriosis y demás, nos pasan desapercibidas noticias que, de prestarles
atención, nos darían un respiro y hasta podrían restaurar un mínimo de
confianza en la condición humana y en el mundo.
“Cientos de personas arropan al viudo de una
víctima de la matanza de El Paso que temía quedarse solo en el funeral”. Un
escueto titular en la sección de sociedad de un digital. Unas cuantas líneas
para recordar el horror de la matanza a cargo de un descerebrado, y una
estadística acerca de los muertos que van ya en Estados Unidos por “incidentes”
similares. Que son muchísimos.
La historia
es bien simple. Antonio Basco, superviviente de la matanza, advirtió a la funeraria de
que no tenía parientes que pudieran asistir al velatorio de su mujer, Margie,
asesinada en la masacre racista del 3 de agosto. Las redes sociales hicieron el
resto, y el resultado es que la empresa tuvo que trasladar la ceremonia a un
local más grande para acoger a cientos de desconocidos de la pareja que
acudieron a despedirla.
El anuncio publicado por la funeraria se compartió 14.000 veces, 950.000
personas “pincharon” en la invitación a asistir al funeral se multiplicaron los
ramos de flores, que llegaron hasta desde Australia y, por seguir con grandes
cifras, y tras más de dos décadas juntos, el viudo no tuvo que enterrar a su
mujer en soledad.
Parece una historia simple. Técnicamente, lo es. No hay soledad más
grande que la que vives en el momento de despedir a un ser querido, por muy
acompañado que estés. Pero no es difícil entender la tristeza, el desasosiego
de este hombre en un escenario dantesco e imaginándose completamente sólo ante
el ataúd con los restos de su compañera de vida.
No deberíamos pasar de puntillas por noticias como ésta o cualquier otra
que sea capaz de remover nuestras conciencias, tan dormidas, tan insensibles.
Tan nuestras cerrando el paso a lo que no nos atañe directamente.
Estoy segura de que cada día se repiten historias
similares en todas partes del mundo. Pero no interesan. No suelen traspasar
nuestros intereses, nuestro presente inmediato, y jamás abrirán un telediario
ni irán a cinco columnas en un periódico.
Son eso, las soledades de otros.
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