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miércoles, 10 de junio de 2015

Desde Macondo. APOROFOBIA

No me gustan los pobres. Para nada. Por tradición o por educación siempre hemos asociado la pobreza a suciedad, mal olor, niños con mocos y moscas, pies y uñas negros, piojos y otros inquilinos. Nadie se ha molestado nunca en explicarnos que los desharrapados de los cuentos infantiles, los pilluelos mugrientos y los ladronzuelos de los libros de Dickens o los mendigos borrachos de infinidad de relatos no estaban ahí porque si, por gusto o porque hubieran elegido ese personaje en el reparto de papeles.
       Y que conste que tampoco me he identificado nunca con esas señoronas con pieles y joyones que se tapan discretamente la nariz con el pañuelo mientras realizan supuestas obras de caridad. Ni con la marquesa, condesa o lo que sea Esperanza Aguirre, a la que molesta la mala imagen que dan los sin techo en la capital del Reino.
        Pero no me gustan los pobres. Matizo, no me gusta que haya pobres y me pone los pelos de punta escuchar las historias particulares, las de los “pobres de cuna” y las de los pobres sobrevenidos, cada vez más, que relatan a quienes les quieran escuchar que una vez tuvieron una casa, y un coche, y un trabajo y un sueldo que les permitía ir al cine y hasta de vacaciones.
        Tal vez habría que escucharlos más para no tener que oír hablar, insistentemente, de una nueva plaga que viene a sumarse a la xenofobia y al racismo. Aporofobia lo llaman. El término está formado a partir de la voz griega á-poros, "sin recursos" o "pobre", y fobos, "miedo". Juntando todo, aporofobia significa "odio, miedo, repugnancia u hostilidad ante el pobre, el que no tiene recursos o el que está desamparado".
        Y hete aquí que leemos que un pobre, un sin techo, un hombre que dormía en la calle, ha sido atacado a botellazos por un grupo de chicos, todos menores. Cuatro de ellos, con menos de 12 años, o sea, inimputables. Vamos, que se van a casa sin más. Sin tratamiento para la aporofobia, con el riesgo de tener un nuevo brote en cualquier momento, ante la presencia de un nuevo mendigo de los muchos que hay en nuestras calles.
        Ahora que tanto se habla de la difteria, de nuevas enfermedades causadas, entre otras cosas, por la falta de vacunación, se me ocurre que no hay vacuna para la aporofobia; que no se llamaba así hace unos años, cuando se quemó a una indigente en un cajero, o más recientemente en Valencia, donde varios sin techo han sido apaleados en los últimos meses.
        La vacuna es la educación, el fomento de los valores de respeto, de igualdad, de atención a los más necesitados. Y de eso están muy escasos los laboratorios del mundo en que vivimos.

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